Sólo escribo de toros que es una manera de escribir de la pasión y la belleza, pero también la literatura, cierta literatura, como ciertas corridas de toros, son formas que tiene la pasión y que encuentra la belleza. Además, y cogiendo el rábano por las hojas, Mario Vargas Llosa era defensor de la tauromaquia por lo que entra perfectamente en mi esquema de dedicación.
Si he sido capaz de escribir de la despedida de El Juli, quien
no alcanzó nunca a conmoverme, como no voy a dedicar un folio a quien más
continuamente feliz me ha hecho con sus novelas.
Lo primero que leí suyo fueron los sorprendes cuentos
agrupados en Los jefes, pero quizá la primera novela que disfruté fue la
delirante Pantaleón y las visitadoras. Poco sabía yo de Vargas Llosa a quien
aburrí tras merodear La tía Julia y el escribidor y hubo de pasar un tiempo y
cambiar de momento vital para volver a buscar al ingenioso peruano
multigalardonado ya. No fui, por tanto, un descubridor temprano del autor, ni
mucho menos, de entre los autores del boom quizá fue al último al que llegué.
Conversación en La Catedral fue un relámpago sorprendente que
me iluminó y tras mucho fatigar la literatura, la tengo por la mejor novela
escrita en español dentro de mi modesto conocimiento. La rebuscada técnica de
escritura entregada al servicio de una historia que mezclaba sabiamente la
historia vital con la descripción de una sociedad, que agitaba con igual
sabiduría los recorridos personales como la historia reciente del Perú, me
levantó las alas de la belleza que ha seguido mostrándose cada vez que no he
rehuido su relectura. Sabido es que nunca se relee la misma novela, pues es el
entendimiento del lector el que cambia, no la literalidad del texto.
Conversación en La Catedral me abrió a este Mario Vargas Llosa cuya presencia
mediática me había ocultado a este poseedor de la llave que muestra la belleza.
Releí Los jefes, una obra maestra de juventud llena de vitalidad y me puse con
La ciudad y los perros, José María Guelbenzu me recomendó La casa verde que me
dejó una imborrable descripción de la selva demorada en 50 páginas, La fiesta
del chivo, La guerra del fin del mundo, en fin, ahorro la enumeración, baste
decir que leí hasta El loco de los balcones, yo que no había leído una obra
teatral desde mi lejana preadolescencia, expurgando la biblioteca de mi tío
trufada de novelas policíacas.
En una entrega de premios de la Asociación Taurina Parlamentaria tuve la ambivalente ocasión de escucharle un discurso en favor de la tauromaquia, que más parecía escrito para un auditorio de profanos que para saludar a un grupo de seleccionados aficionados. Nunca he tenido mucho interés en conocer personalmente a mis ídolos, pues prefiero adorar su mito que acceder a un conocimiento o trato superficial que, necesariamente, discurre por debajo de lo esperado, lo deseado o lo previsible. No disminuyó tan modesto acercamiento mi admiración, sólo me ratificó en mi experiencia.
Mario Vargas Llosa ha sido un personaje muy mediático,
expuesto a la explicitación de sus opiniones, cambiantes como su vida, pero
sobre todo ha sido un magnífico escritor que me ha hecho, y no a mí sólo,
disfrutar de la fabulación que te permite vivir más vidas y muchas de ellas más
interesantes que las que impone nuestra realidad. Escapar de esa realidad o
incluso acompañarla en pos de la belleza, llevado por la pasión que la gran
literatura nos produce, es el mejor bien que podemos recibir de alguien a quien
ni siquiera hemos alcanzado a conocer. Gracias por engrandecer mi vida y mis
sentimientos.
Comentarios
Publicar un comentario