La
despedida de Enrique Ponce en Madrid me pone delante 36 años de mi vida.
Desde su presentación como novillero prodigio, he transitado todos estos años
viéndole en el ruedo, quizá engañándome con la idea de que yo era el mismo que
asistió a su presentación madrileña, un hombre de poco más de treinta años, con
diez años de abono a sus espaldas, que gustaba de la sorpresa y la novedad.
Vienen
a mi memoria momentos que me sorprendieron y encantaron. La gran revelación de
Ponce para muchos fue con Lironcito de Valdefresno en la feria del 96, pero
antes tengo reseñados en mis columnas en DIARIO 16 grandes faenas a Bailador
(vaya nombrecito) de Puerto de San Lorenzo en 1993, Tramposo de Sepúlveda en
1994, Zaragozano de Samuel Flores el mismo 1996 unos días antes de Lironcito.
No era una sorpresa caída de la nada lo de Lironcito, pero si fue la causa de
una opinión que ha recorrido todos los comentarios de aficionados acerca de
Ponce: “Nos gusta más con los toros malos” pues no se le escapaba ninguno, pero
lo hacía sin renunciar a su toreo suave, sin descomponer sus maneras tantas
veces criticadas de toreo edulcorado, más periférico que profundo, pero siempre
eficaz y elegante.
Ahora
que los toreros duran más que los notarios, según frase de José Luis Lozano, y
Ponce es un claro ejemplo de ello, se ven formas crepusculares en muchos
diestros, que no pueden mantener la frescura y el valor de sus primeros años.
Ponce también ha tenido ese amaneramiento propio de los que buscan más
seguridad pero intentan mantener la compostura. Claro que si vemos al Ponce de
hace treinta años le veremos más de frente que actualmente, pero el día de su
despedida madrileña pudimos ver que torea más de frente y en la rectitud del
toro que sus dos acompañantes para la ocasión, su protegido David Galván y el
confirmante Navalón, fieles seguidores de las formas actuales.
En fin, creo que Enrique Ponce ha sido el torero más completo que me ha sido dado ver en toda mi andadura de aficionado. No ha tenido la torería de Antoñete que me deslumbró y formó mi criterio en mis primeros años, no ha profundizado en las maneras clásicas como Esplá, no ha tenido la enjundia de César Rincón, ni ha creado tan grandes faenas como José Tomás, pero ha tenido todas esas virtudes de manera relevante y además muchas de las actitudes que demandamos a las figuras: Ha toreado diferentes encastes, ha compartido cartel con todos los compañeros, se ha anunciado en todas las ferias, llegando a completar más de 100 corridas diez años seguidos, nunca ha perdido la cara a un toro, siempre ha mantenido la compostura en la plaza y en sus faenas, sea la plaza que sea, sin protagonizar enfrentamientos con los públicos, ni con las empresas, sin reclamar reconocimientos ni privilegios.
En mi memoria pesan, sin duda, los recuerdos de los años 90, quizá la mejor época del toreo que he disfrutado, que junto a Ponce estaban en plenitud, Joselito, César Rincón, José Tomás, en un momento que los toros estaban mejorando en fuerza y casta a la década anterior y el toreo se hacía más de frente que ahora. Quizá por eso he podido seguir disfrutando con los destellos que siempre regalaba Ponce en sus faenas. Destellos que son casi lo único que han debido poder apreciar el 90% de los jóvenes que, sorprendentemente, se arremolinaron en la salida por la Puerta Grande. Salida que tenía más el significado del agradecimiento a una carrera coronada con una estocada a ley, en los mismos terrenos que tuvo su primer triunfo de novillero en Las Ventas, que el premio a una faena con su sello personal, pero a un toro inane y descastado.
Se
despide de una plaza de ceño adusto y rácano reconocimiento, en cuyos recuerdos
parece que pesan más las críticas a su toreo tildado de superficial, que su
capacidad para hacer faena a tantos tipos de toros, manteniendo la elegancia en
el trasteo y la verticalidad en su figura.
Se despide tras más de tres décadas como gran figura del toreo con relativa modestia, sin pisar callos ni levantar polémicas, con el cariño de los públicos y la reticencia de algunos aficionados. El 28 de septiembre se despidió de Madrid el torero más sobresaliente de los últimos treinta años.
Estimado Andrés: Añadiré un comentario positivo del maestro Ponce. En tiempos de pandemia, fue la primera figura en volver al ruedo. Recuerdo que, en aquella tenebrosa época, muchos ya enterraban a la tauromaquia.
ResponderEliminarExcelente artículo, ponderado, medido y de gran lucidez. Muchas gracias.
ResponderEliminarEfectivamente, querido Carlos, Ponce echó la pata p'alante en ese momento tan complicado. Creo que Ponce está recibiendo un tratamiento por parte de muchos, que no corresponde con su trayectoria, como si hubiera sido uno que ha estado ahí a llevarselo crudo, pero quizá sea un problema de perspectiva. Ponce ni en su mejor momento ha sido un torero épico que sacude la emoción, ni ha generado campañas de imagen sorprendentes. Dentro de su trayectoria ha sido una figura del toreo discreto. En fin, cada cual tiene su experiencia como aficionado. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Genaro, me alegro de que te haya parecido digno de esos elogios. Un abrazo
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