Alejandro del Río Herrman, filósofo y editor, organiza una serie de actos acerca de la tauromaquia en el Ateneo de Madrid. Interesantes tanto por la elección de los temas a tratar, como por los invitados y por el propio lugar donde se celebran, quiero contribuir a su difusión, en las modestas posibilidades de este blog. El resumen, que incluyo a continuación, del último acto lo ha realizado el propio organizador de las jornadas
El 5 de mayo se celebró una mesa redonda en el Ateneo de Madrid, el tercer acto después de las conferencias pasadas de Rafael Cabrera Bonet («Orígenes de la corrida moderna», 14 de enero de 2025) y Beatriz Badorrey Martín («Taurinismo y antitaurinismo», 19 de marzo de 2025). Como en las dos ocasiones anteriores, la sala muy concurrida. Y también como en ambas, con provechosas y atinadas intervenciones por parte del público asistente, en su mayoría compuesto por aficionados. Sigue a continuación una breve reseña de cada una de las tres conferencias.
Como primer conferenciante, Alejandro del Río Herrmann, hice un preludio sobre arte y tauromaquia para centrarse en el terreno delimitado por estos tres vértices: muerte, verdad y arte. Parte de la argumentación de Víctor Gómez Pin sobre la tauromaquia como «escuela más sobria de vida», frase tomada de Marcel Proust, quien la aplica al arte. Tomando como pretexto una anécdota atribuida a Cúchares («Aquí se muere de verdad»), sigue una exposición de la fisonomía taurina de aquel cuyo nombre bautizó el toreo como arte. En la largura del toreo de Cúchares, más que una diversión, se debe reconocer una intensión de la lidia, un recrearse y concentrarse en las suertes que aporta un compromiso más decidido en el juego con el toro. De este juego y de esta burla «de verdad» (no «de mentirijillas») se trata tanto en testimonios de palabra de toreros (Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín) como de escritores (Sánchez Mejías, Bergamín, García Lorca). Se concluye que, en la hora de la verdad, que se hace cargo de la muerte, el arte, la tauromaquia, es lección de vida.
El segundo conferenciante, Antonio J. Pradel, se pregunta qué es eso que entendemos por «torero de arte». Trae a colación, primero, el calvero, el espacio vacío del ruedo que confirma su cualidad de lugar sagrado que la tauromaquia reivindica frente a una contemporaneidad que le impone valores ajenos. Tres son las características principales que distinguen a un torero artista de otro que no lo es: 1. Facilidad. 2. Naturalidad. 3. Hacer las cosas sin esfuerzo aparente delante de la cara del toro. Todas las artes —grandes y pequeñas— consisten en gran medida en la eliminación del exceso de movimiento en favor de la declaración justa y concisa. El artista, por tanto, aprende sobre todo a omitir. ¿Acaso no es la tauromaquia una búsqueda constante de la declaración más precisa y ceñida posible, un arte por tanto de la omisión? Se debe hablar del torero tocado por el duende y de la gracia, «forma más económica del movimiento». Como también de la «torería». En esta se percibe una forma de estar en el mundo, aparición súbita quintaesenciada.
Para el tercer conferenciante, Evaristo Bellotti, se trataría de imaginar los efectos del cambio de punto vista que implica la invención del toreo a pie. Si el toreo caballeresco se produce como ejercicios técnicos de guerra (simulacros), el torero de a pie lo entiende como acciones individuales de guerra cuerpo a cuerpo. Este sujeto que pisa el suelo, hace desde el suelo y sufre el peso (trabajo), imita los valores caballerescos, pero estos valores, sobre el suelo, se trastocan en un uno que los resume y resulta innegociable: la verdad. Si en el primer tratado de tauromaquia Pepe Hillo quiere sacar el toreo de la techné (conjunto de conocimientos objetivos y propios de un arte/oficio), y llevarlo a la plenitud del arte entendido como el conjunto de nuevas relaciones particulares (estéticas) que el artista establece con la antigua techné, Domingo Ortega, a mediados del siglo XX, propone volver a ligar la estética con la «eficacia», entendiendo por eficacia la relación invisible entre la estética y la técnica en detrimento de los excesos visuales de los particularismos estilísticos. Con esto no pretende reobjetivar las técnicas clásicas del toreo, sino, al contrario, alinear la tauromaquia con el resto de las artes.
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