Cuenta Federico García Lorca en su conferencia “Juego y teoría del duende” una tarde en la que la Niña de los Peines después de cantar estupendamente, desplegando toda su calidad, tuvo que oir a un insignificante hombrecillo decir “Viva París” significando que la calidad formal no pasa de ser un recurso de oficio y que para alcanzar el corazón de los asistentes, el artista debe entregarse, debe romperse para que pueda aparecer el duende.
Juan Ortega desarrolló en Valdemorillo gusto y compostura,
magníficos pases sueltos, mejores en el toreo de carácter cambiado que en el
natural, incluso interés para no dejarse llevar por una cierta abulia o
desesperanza que tantas veces asoma en sus actuaciones.
Tiene la costumbre de usar de manera habitual el pico de la muleta en los pases de carácter natural por la izquierda o derecha, lo que impide la enjundia por el trazo necesariamente largo y de curva amplia. Pero, sobre todo, veo en su toreo cierta falta de iniciativa, de ir al toro, de tener claro cómo se va a hacer con él. No le achaco falta de valor, sino falta de ideas, una especie de languidez, un cierto fatalismo, una desconfianza en saber cómo va resultar su intento.
Agradable de ver por su bella compostura, no rompe la barrera que hace que el espectador se entregue, que pase del agrado y el reconocimiento de su bonita compostura al olé ronco. No son los pases los que le fallan, quizá le falle la confianza, pero hay un salto entre el público entregado de Valdemorillo y el público de las ferias que hay que convencer con un toreo de más decisión.
No es un torero de ángel, pues le falta fragilidad, ligereza, su
toreo que anuncia más espesor, más concentración, sería el de un torero de
duende, pero para que el duende aparezca (FGL dixit) el artista tiene que
romperse y Juan Ortega salió bien entero de Valdemorillo.
Fotos de Andrew Moore
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