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MORANTE DE LA PUEBLA VISTO POR VALENTÍN MORENO

Valentín Moreno, aficionado y vicepresidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos, me envía este texto acerca de Morante de la Puebla para Adiós Madrid.

El “caso Morante”

Estaba pergeñada una parte de este texto cuando el diestro anunció su retirada (¿temporal?...) de los ruedos, por ello se había titulado “¿Qué le pasa a Morante?”, pues se evidenciaba que el de la Puebla del Río estaba pero no estaba. Tras el anuncio del maestro, dada la nueva realidad, el título parodia el del libro de Felipe Sassone sobre Manolete (1943) en situación bien distinta, la del fulgurante ascenso y consolidación en la cima del escalafón de Manuel Rodríguez.

Y se puede decir “caso” por varios motivos, pero sobre todo por dos,  primero, desde el punto de vista del aficionado, es todo un caso e inconcebible (no inexplicable, que lo es) que un matador de su talla artística no haya salido aún por la Puerta Grande de Las Ventas, catedral del toreo pese a su devaluación actual, y tras veinte años de cumplirse su alternativa, cuando hasta el simpático de Román lo consigue; y caso también en lo personal pues es conocido que lo introspectivo de su psicología y personalidad le ha llevado a estados clínicos, con tratamiento por depresión incluido, como en 2004, volviendo a retirarse en 2007 “tras perder la ilusión”, manifestó, en la fallida corrida de Beneficiencia venteña, en la que toreó en solitario. Aunque, obviamente, lo que atañe e importa a los aficionados son sus actuaciones en los ruedos y el juicio que merecen, es evidente que ambas circunstancias no son disociables. La excusa permanente de los últimos años sobre “la cuesta” de la arena venteña, cierta pero ni que fuera un puerto de montaña del ciclismo, es evidente que escondía inseguridad ante el público de Madrid, todavía temido por las figuras pese a todo. Esta fragilidad de actitud ha sido manifiesta esta temporada. De hecho, en su actuación de El Puerto de Santa María, infausta, dio un paso más en la negativa percepción que transmitía durante toda ella, y ha habido críticos presentes que han subrayado cómo se cortacircuitó mentalmente. Ante un toro que era boyante, de muy fácil viaje y noblote hasta el almíbar pero con recorrido y que pedía que se le toreara, se quedó el cigarrero parado en seco, mirándole sin decidirse, cuando se auguraba gran faena tras un brillante inicio, lo que recoge por ejemplo Juanma Lamet en El Mundo (“El Puerto, final de trayecto”, 14 de agosto).

Veamos. En esta tercera retirada, no aduce el de la Puebla falta de ilusión, como en el parón de 2007, sino que critica abiertamente que es imposible torear ante “el toro grande”, y ante los actuales veterinarios y presidentes. Sin embargo, que durante toda la temporada solo ha tenido ilusión por torear cuando ha alternado con Pepe Luis hijo es evidente. Con respecto al “toro grande”, es obvio que el diestro torea lo que quiere y pide desde hace muchos años, pues de hecho ya empezó su trayectoria con el aura de los grandes y ambiente de figura cimera: viviendo todavía don Diodoro Canorea, antes del euro, ya se habló de una exclusiva por temporada de 500 millones de pesetas, y aunque él lo desmintió, por cerca andaba la cifra real. Lo malo no era empezar, por parte de las empresas, como el niño mimado artista, sino de los públicos, ya que heredó ipso facto a todos los feligreses de la iglesia currista, verdadera religión en Sevilla, que, tras retirarse el de Camas, sustituyeron a un mesías por otro. Le han glorificado siempre con sus palmas, a menudo excesivamente, cuando en cambio Curro se lo ganó a pulso en los muchísimos años que estuvo en activo, con sus siete Puertas Grandes venteñas y sus cuatro Puertas del Príncipe sevillanas, y alternando nada menos que con Aparicio, Ordóñez, Viti, Puerta, Camino, Chenel y la gran baraja de esas décadas, cuando la afición era exigente, muy lejos del buenismo triunfalista actual. Pocos saben que Romero tiene el récord de más orejas en la Maestranza una sola tarde, ocho, la del 19 de mayo de 1966 en que toreó en solitario seis toros, lo que le llevó al Olimpo para la eternidad. Es verdad que se creó el mito currista y el de Camas vivió de él, pero forjó el mito con realidades.

En cambio, en Madrid, sinceramente, se recuerda de Morante de modo inmaculado su glorioso tercio de quites con Luque, en 2010, pero en veinte años de matador, dada su categoría, eso no es nada. Sí es verdad que tiene mala suerte en los sorteos, mal bajío como dicen en su tierra, y especialmente esta temporada ello se ha notado, pese a llevar sus toros debajo del brazo, los habituales zalduendos, cuvillos y juanpedros. Le salen bueyunos muchas tardes y permiten poca faena por ello, pero es lo que le eligen sus veedores. De hecho, se dice que está mal con su gente por esto, por lo desacertado de los veedores pese a que le buscan lo que pide. Pero si se empeña en que solo se puede torear encaste domecq, y, dentro de ello, solo los referidos hierros y muy poquito más, lo más domecqstizado, él solo se cierra sus probabilidades de triunfo con toros que pueden dar mucho más juego. Lo tiene fácil el maestro, si quiere un toro mucho más chico pero que pueda embestir con emoción tiene por ejemplo alguna ganadería en muy buen momento de lo de santacoloma, que era lo que toreaba Camino, pero claro, esos toros tienen “demasiado nervio” y, lo que es peor en los tiempos actuales, demasiada casta sin aguar, dado el toro tan flojo y parado que tanto se ve en los ruedos, una veces chochón, otras inválido, pero que gracias a los cuales Ponce y el Juli lucen y podrán estar haciendo el paseo –al tiempo- treinta años por lo menos, si hace falta con garrota. No es preciso tampoco que toreara santacolomas –y no era solo una ironía del que firma, es verdad que es una opción-, pero podría abrirse más como decimos, con núñez, como con los resultones de Alcurrucén o apuntarse más a lo más encastado de Domecq, como Torrestrella o Jandilla, que tan buen juego están dando esta temporada. El aficionado de toda la vida sabe bien que la gran faena es intensa, corta, matar bien en todo lo alto y ya está, aunando la emoción y lo artístico, como la de Ginés Marín este san Isidro, mientras que la larga duración al uso de los domecqs que suele torear el maestro es enemiga del triunfo, muy a menudo.



Con respecto a los veterinarios y presidentes, siempre lo más fácil es achacar culpas a los demás. En el caso de los presidentes, lo lógico es que sean más exigentes con quien más puede dar, caso de Morante. Con las grandes figuras debe ser así aunque lamentablemente es al contrario lo que vemos, caso de la vergonzosa Puerta Grande de Ponce este san Isidro, con dos malas estocadas a la segunda y tras engañar al público en el primero, abusando del pico, y en el segundo ante un inválido, de los que tanto gusta el valenciano para ejercer de enfermero, su gran especialidad. Lo peor no son los presidentes de cara a Morante sino los propios públicos y, lo grave, los mismos aficionados, por la presente falta de exigencia ante las figuras, comparado con la exigencia tradicional que antaño siempre se tuvo con ellas, precisamente por serlo. Esto, unido a la herencia de los palmeros postcurristas, ha perjudicado sin duda a Morante pues este contexto adverso pero general le hubiera motivado a crecerse como artista del toreo que es. Antes, el ser gran torero de arte –y lo es, nadie lo duda-, no justificaba la indolencia ante el toro, de ahí las enormes broncas al Curro acomodado e inoperante de los noventa y finales de los ochenta, cuando unas tardes de triunfo se le tiraba ramitos de romero y las negras hasta papel higiénico. Este hecho del silencio acrítico, cuando no, pese a todo, el elogio de baba, unido a lo frágil del carácter que transmite el diestro, ha hecho grave mella en su toreo. Así, no acostumbrado a los pitos, el que esta temporada, hartos los públicos de esperarle –dos tercios escasos de entrada en Aranjuez la tarde de san Fernando pese al cartel infumable en Madrid, este 30 de mayo-, los haya oído de forma clamorosa por primera vez en tan larga trayectoria, ha sido demasiado para él, como pasó en la aciaga corrida de El Puerto. En ella cortó nada menos que cinco orejas y rabo, entre un público exaltado, el diestro del julipié, el del toreo tumbado haciendo la escarpia y el de abrir plaza haciendo el paseo andando como anda…, cuando a Morante solo por verle hacer el paseo se puede pagar, por su torería. Todo esto referido ha sido demasiado para él, para un genio que no termina de plasmar su genialidad, pese a tener todas las condiciones para ello. Tal vez le ha desbordado el personaje romántico que él mismo se creó, el del puro y la coleta, que en estos tiempos prosaicos y anodinos, tan de lo políticamente correcto es ideal, en un mundo del toreo seriamente acosado, pero que debe ser envoltorio, no contenido en sí mismo.

El que firma tiene la sensación de que a Morante le ha podido mucho más, en realidad, no tanto los toros que le salen, o la actuación de veterinarios y presidentes, sino su propio desánimo vital, estando muy influido psicológicamente en esta nueva retirada por el ambiente general de la sociedad, donde la yihad antitaurina ha cobrado tanto eco mediático. Morante no es un diestro de lucha ni dentro ni fuera de los ruedos, y, realmente, el tener que acudir a un juzgado por interponer una querella tras llamarte “asesino” un antitaurino holandés pagado por una fundación holandesa animalista es muy fuerte, y grave afrenta moral precisamente a un diestro como Morante, tan de arte. Es verdad que esta temporada ha habido en España hasta ahora más corridas que el año pasado, abonados nuevos en plazas fundamentales como Madrid y más asistencia a ferias señeras, como en Bilbao, pero el contexto social es negativo. El cigarrero, tan frágil de carácter, necesita ver la plaza llena y que las circunstancias de contexto estén a favor. Pero la realidad social general es bien otra. Una encuesta seria indica que el 83% de la juventud rechaza las corridas, éste es el gran reto del toreo actual, objeto de otras reflexiones. Y qué duda cabe que Morante, tan introspectivo, es sensible a esta percepción general de la sociedad ante el toreo, pese a ser todavía el segundo espectáculo de masas de España. Parece que no quiera estar subido al tren del toreo cuando se llegue a la última estación, tal vez no muy lejana en el tiempo dada la negativa postura ante el mundo de los toros de la que es la alternativa en el Gobierno de España, la izquierda en general, que nunca fue antitaurina pero que ahora lo es muy mayoritariamente.

En mi humilde opinión, debe abstraerse el diestro de este contexto y centrarse en el aficionado que le va a ver, en su propio toreo. Por ello, donde debe expresarse no es en los juzgados, sino en el ruedo. La plenitud de un torero se explica toreando y él puede hacerlo con un brillo único, optando por la extroversión de sus propias cualidades. Debe ser consciente el propio torero que el romanticismo que trasluce en el ruedo en cuanto lo pisa, tan excelso, es de otra época, ya lejana en el tiempo, y por tanto debe acompañarlo con alegría de ánimo y fortaleza de carácter. Hoy más que nunca, el desaparecido “aquí estoy yo” de los toreros de antes es muy necesario. Esa chulería que provocaba la competencia, inexistente hoy, y que era tan buena para la Fiesta. Sin necesidad de que Morante sea en este sentido un Luis Miguel Dominguín, ante el actual mundo del toro debe poner todo de su parte en voluntad pues el dominio va primero, antes que el arte, y ante lo hostil de parte de la sociedad, también, el dominio de uno mismo ante las circunstancias, que es el reto de este artista del toreo.

Nadie es nadie para aconsejar, y menos cuando es otro el que debe enfrentarse, con su autoconfianza, a lo que tiene delante, nada menos que un toro de lidia, pero ya que tanto le gusta al diestro ver videos antiguos, sobre todo de Juan Belmonte, de Rafael el Gallo, de Pepe Luis Vázquez, de Antonio Ordónez o de Curro Romero, se le debería indicar por quien más confianza tuviera, que viera las ganaderías que torearon y cómo supieron resistir años y años al duro público de entonces. Hubieran estado listos el Gallo o Curro si hubieran pensado en retirarse tras cada tarde de bronca…. Lo fácil era abandonar y dejarlo, lo difícil era tras las colosales broncas al Gallo por sus espantás, seguir toreando, como hacía Curro en los ochenta tras las mismas broncas. Tan artísticos como Morante, y más, fueron todos ellos, y se abrían a encastes muy diversos que facilitaban su triunfo a la postre. Anda que no toreó miuras Pepe Luis, por ejemplo y cuando tenían mucha más casta que ahora, llegando a ser el torero de la casa un diestro tan artístico como él. Pero para eso hace falta el ausente “aquí estoy yo” y sobreponerse a uno mismo, ojalá lo haga el maestro. Los morantistas y otros aficionados creen que este es un nuevo intervalo de descanso en la trayectoria morantiana, yo personalmente no soy tan optimista. Tras veinte años de máxima figura, estando en la comodidad de fuera de los ruedos, rondando ya los cuarenta años, sin soler ir a festivales o tentaderos, su tendencia a engordar y más estando inactivo, y el que en su vida privada es mucho más práctico que el romanticismo que trasluce en la arena –no se ha comprado ganadería, ni grandes fincas, el único capricho que ha trascendido es hacerse con el despacho de Joselito el Gallo-, yo no tengo todas consigo de que regrese. Con el entorno actual que tanto le afecta, y, porqué no decirlo, sobre todo con dinero hasta la montera…. Por otro lado, dejando a un lado sus introspecciones psicológicas, las dos muertes por asta de toro, en menos de un año, de dos matadores compañeros del escalafón, hacen pensárselo a cualquiera, y más estando ya rico o al menos con lo suficiente para vivir tranquilamente tu vida.

Ojalá me equivoque en mi intuición, y no nos pase a los aficionados como con Joselito, que paró de repente de torear… y se fue..., sin despedirse siquiera de Madrid, que tanto le encumbró, llevándole a la gloria en aquella inolvidable goyesca del 96. El tiempo lo dirá con relación a José Antonio. En fin, la Fiesta necesita a Morante como agua de mayo, pues frente a la vulgaridad al uso del toreo periférico y el paso atrás que tanto lucen –o deslucen, mejor dicho- otras grandes figuras del escalafón (para qué citar nombres), su toreo, cuando se manifiesta pleno cargando la suerte y hundiendo el mentón, es luz, color, belleza, brillo, sabor, profundidad, en fin, el toreo eterno. Deseamos de corazón que el maestro se reencuentre a sí mismo para que decida su vuelta a los ruedos, y en su propio encuentro nos hallará a todos los aficionados. Su toreo se debe ganar, por cante grande, y ante un toro encastado, como Dios manda, salir por la Puerta Grande de Madrid como lo hizo por la sevillana del Príncipe en 1999: su satisfacción será la de todos los aficionados que nunca olvidaremos emocionados esa tarde. Ojalá llegue algún día.


Valentín Moreno Gallego (Madrid, 1966) es Doctor en Historia Moderna (1998) con una tesis doctoral sobre La recepción hispana de Juan Luis Vives y bibliotecario de Patrimonio Nacional, en la Real Biblioteca (Palacio Real de Madrid). Se hizo aficionado de adolescente tras impactarle Antoñete a comienzos de los 80 y lleva 35 años abonado a la Plaza de Las Ventas. Es Vicepresidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos y ha intervenido en foros sobre historia de la tauromaquia en la España de los Austrias, además de firmar algunos artículos sobre el toreo actual.

Fotos seleccionadas por el autor del texto.

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