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SANTOS, SASTRE DE LUCES Y COLORES ( I )



Caracolas, conchas, chaboletas, corazones, adornos propios de chaquetillas toreras. Dibujos que cambian, evolucionan, se perpetúan y se renuevan. Formas bellas que se distinguen sólo vagamente de lejos, desde el tendido, que sólo se alcanzan a entender desde el callejón, desde las barreras, sólo por los muy entendidos, por los curiosos, los estetas, los profesionales.



El jaboncillo, las entretelas, los hilos de sorprendentes colores, los bordados realizados meticulosamente, con morosidad, son las señales de un taller de sastrería donde se despiertan los recuerdos de mi niñez y adolescencia. Santos maneja la gran tijera de cortar con pulso firme: “La primera que tuve me la regaló Fermín, que fue mi maestro”.



Un vestido extraño el de torero, arcaico y funcional, antiguo y con los tejidos de la más alta tecnología. Una coraza para el torero, la chaquetilla lleva siete capas, cinco entretelas, un retor y la tela, los alamares y las hombreras, los bordados en relieve y es, a la vez, un traje para un atleta, que permite toda clase de movimientos sin rigideces.



“Lo inventó Paquiro”, dice Santos, mientras nos enseña el taller, y desde entonces ha sufrido pocos cambios. Claro que las telas son distintas, ahora son de poliéster de gran calidad, como la ropa técnica de los deportistas de élite. 



Francisco Montes "Paquiro" antes de una corrida
Angel María Cortellini Hernández (1847)
Museo Carmen Thissen, Málaga

El muestrario tiene más de 50 tonos que reciben numerosos nombres según la imaginación y la sensibilidad de quien los nombra. En el libro Colores del toreo, Paco Delgado y Juan Pelegrín muestran hasta 121 tonos diferentes con su foto y la indicación de cuando fue usado y por quién, lo que amplía la nómina de colores, aunque ahora no existan todas las telas.



Tabaco, burdeos, azul pavo o rojo, que en el toreo se suele denominar impropiamente grana, son quizá los más clásicos o elegantes, más ligeros el blanco, verde manzana, rosa, azul celeste, más provocadores el amarillo en su versión pura o el naranja en su variedad butano, más sonoros el catafalco, nazareno, plomo, verdegay, más delicados el tórtola, canela, corinto o coral y así recorre la paleta interminable, que una vez combinado con los cabos (faja y corbatín), los bordados (oro, plata, azabache e incluso hilo blanco) y los adornos hacen de cada vestido algo único e irrepetible.



Picasso y Luis Miguel Dominguín, Armani y Cayetano, Christian Lacroix y Chamaco hijo, Francis Montesinos y César Jiménez, modistos que se han decidido y atrevido a diseñar trajes y toreros que los han lucido. También matadores como Luis Francisco Esplá se han diseñado sus vestidos. Pero diseñar es una cosa y coser es otra. 



Los patrones singulares, los bordados afianzados obligan a pasar por un sastre de toreros para asegurar el resultado. Los patrones, los bastidores para las telas elásticas, la sujeción de los adornos o la realización de los bordados son difícilmente trasladables a un taller de moda. La experiencia no es sólo un grado, es una necesidad. Santos ha colaborado con Armani en el traje de Cayetano, también los recientes y publicitados vestidos de torero de Madona son un ejemplo: han tenido que ser confeccionados por un sastre de toreros.



Las modas cambian, a golpe de ideas de diseñadores o de cambios de los gustos de los toreros: se alargan las taleguillas, se acortan las chaquetillas, con el mismo fin de estilizar la figura, se aumentan las hombreras o se resaltan las rosetas para mejorar la protección, se cambian los adornos de moritas por perlitas, o se desempolvan monteras más picudas a gusto del matador.


Alamares, machos, bordados y guarniciones forman el universo del taller de sastrería. Bordadora, sastra, cortador, maestro, se afanan en diseñar, cortar, coser, encarar, hilvanar, enjaretar, ajustar las diferentes piezas en un trabajo de artesanía de alto nivel.








Reportaje fotográfico de Andrew Moore

(Cont.)

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