Los toreros están orgullosos de sus trajes. Se visten para ellos mismos, pero se visten también para los demás, para los otros toreros especialmente. El vestido marca su status, no sólo debe ser funcional y bello, además puede ser recargado, singular, novedoso, elegante o caro. En los callejones de las plazas, se escrutan los trajes, se mira si resulta elegante como consecuencia del gusto del matador, si es más caro de lo habitual pues indica la situación en el escalafón de los ingresos, si incorpora un nuevo diseño que lo singularice. Los capotes de paseo que serán colgados de las barreras, son un escaparate del torero, ahí no hay funcionalidad, son sólo productos indicativos de su personalidad. Todo son muestras de la situación del torero, de sus anhelos, de su capacidad, de su gusto, de su “poderío” y como tal se toman.
No todo es gran diseño y
novedades, los trajes de toreros, también son para subalternos que buscan
colores sufridos y bordados sencillos, ligeros y, evidentemente, baratos. El
proceso es el mismo. La elección de la tela, el corte preciso, el cosido firme,
la adición de los bordados, por más ligeros que sean. Como bien se ve en la
plaza, también entre los subalternos hay categorías y hay quienes se dejan ver
más con el toro y también con sus trajes. La plata de los adornos no es
obstáculo para realizar trajes vistosos y bellos, tanto como los de los
matadores.
Los vestidos se hacen
morosa, artesanalmente, pero casi siempre con prisas. En invierno se pueden ver
nuevos diseños, pensar en los colores. No es una tarea fácil, Santos nos
muestra como pasa de la idea de un adorno al diseño del traje y, claro está,
requiere buen gusto, conocimiento y capacidad y como siempre tiempo. Pero la
temporada es corta y todos quieren estrenar sus trajes en Valencia, Sevilla y,
especialmente, Madrid. Los encargos se amontonan y las fechas no dan de sí, las
noches son una prolongación de la jornada de trabajo, como bien he vivido en mi
casa de hijo de modista. Pero al final, los trajes están dispuestos y nadie
pregunta el esfuerzo que han costado, sino la calidad que demuestran.
Hay anhelos y esperanzas
detrás de los trajes de torero, como hay desilusiones y penas. Los trajes que
se están montando conviven con los que hay que arreglar. Los cambios de talla
son imperceptibles para el torero que debe estar embutido en su traje, una
somera pérdida o aumento de peso tiene consecuencias que hacen modificar el
traje y no todos pueden permitirse hacerse trajes nuevos cada año. También el
ritmo de arreglos es una muestra de la situación del torero, sea este matador o
subalterno.
La picaresca sobrevive en
el mundo del toreo, si bien, como en la sociedad toda, se mantiene a duras
penas. La rumbosa costumbre de ir haciéndose trajes y abonarlos a final de
temporada, dejaba muchos huecos en una sociedad que debe ajustar precios,
sueldos y trabajos. Ahora los encargos se pagan, sin tener que esperar a que
aparezca el mozo de espadas a liquidar la temporada.
Santos vive desde su
taller de la calle O’Donnell las grandezas y servidumbres del mundo del toreo,
como un protagonista de excepción. Los trajes para las figuras, para los
toreros emergentes, los clientes de siempre, la colaboración con grandes
modistos, la consolidación de su prestigio que le abrirá nuevas vías. Es un
trabajo paciente, de dedicación y vocación, y aunque diga que llegó al oficio
por casualidad, a la sastrería de Fermín, desde luego se quedó en él por su
capacidad, por reunir esa mezcla de gusto, trabajo, decisión y aptitud que se
necesita para destacar en cualquier oficio singular.
La sastrería es un
reflejo del mundo de los toros, requiere destreza, oficio, capacidad, gusto y
trabajo duro, tiene altibajos, competencia y jerarquías, es depositaria de
secretos del toreo, confidencias y sobre todo es, como el toreo mismo, una
fecunda mezcla de oficio y arte, que requiere la entrega y el buen hacer y al
mismo tiempo con eso no basta para para presentar un buen producto. Hay que
aprender, repetir, crear, repasar, rematar bien y hacerlo todas las veces, pues
la hechura del traje, como los movimientos del torero, siempre están
condicionados por la sensación del peligro real que acecha en todo momento, y aunque
todo está preparado para evitarlo y disminuirlo, nunca deja de estar presente y
eso se nota, también, en los movimientos pausados, sabios y precisos del taller
de sastrería de toreros.
Andrew, Santos y Andrés
Reportaje fotográfico de Andrew Moore
Publicado anteriormente: Santos, sastre de luces y colores ( I )
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