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SANTOS, SASTRE DE LUCES Y COLORES ( y II )


Los toreros están orgullosos de sus trajes. Se visten para ellos mismos, pero se visten también para los demás, para los otros toreros especialmente. El vestido marca su status, no sólo debe ser funcional y bello, además puede ser recargado, singular, novedoso, elegante o caro. En los callejones de las plazas, se escrutan los trajes, se mira si resulta elegante como consecuencia del gusto del matador, si es más caro de lo habitual pues indica la situación en el escalafón de los ingresos, si incorpora un nuevo diseño que lo singularice. Los capotes de paseo que serán colgados de las barreras, son un escaparate del torero, ahí no hay funcionalidad, son sólo productos indicativos de su personalidad. Todo son muestras de la situación del torero, de sus anhelos, de su capacidad, de su gusto, de su “poderío” y como tal se toman.



No todo es gran diseño y novedades, los trajes de toreros, también son para subalternos que buscan colores sufridos y bordados sencillos, ligeros y, evidentemente, baratos. El proceso es el mismo. La elección de la tela, el corte preciso, el cosido firme, la adición de los bordados, por más ligeros que sean. Como bien se ve en la plaza, también entre los subalternos hay categorías y hay quienes se dejan ver más con el toro y también con sus trajes. La plata de los adornos no es obstáculo para realizar trajes vistosos y bellos, tanto como los de los matadores.



Los vestidos se hacen morosa, artesanalmente, pero casi siempre con prisas. En invierno se pueden ver nuevos diseños, pensar en los colores. No es una tarea fácil, Santos nos muestra como pasa de la idea de un adorno al diseño del traje y, claro está, requiere buen gusto, conocimiento y capacidad y como siempre tiempo. Pero la temporada es corta y todos quieren estrenar sus trajes en Valencia, Sevilla y, especialmente, Madrid. Los encargos se amontonan y las fechas no dan de sí, las noches son una prolongación de la jornada de trabajo, como bien he vivido en mi casa de hijo de modista. Pero al final, los trajes están dispuestos y nadie pregunta el esfuerzo que han costado, sino la calidad que demuestran.



Hay anhelos y esperanzas detrás de los trajes de torero, como hay desilusiones y penas. Los trajes que se están montando conviven con los que hay que arreglar. Los cambios de talla son imperceptibles para el torero que debe estar embutido en su traje, una somera pérdida o aumento de peso tiene consecuencias que hacen modificar el traje y no todos pueden permitirse hacerse trajes nuevos cada año. También el ritmo de arreglos es una muestra de la situación del torero, sea este matador o subalterno.



La picaresca sobrevive en el mundo del toreo, si bien, como en la sociedad toda, se mantiene a duras penas. La rumbosa costumbre de ir haciéndose trajes y abonarlos a final de temporada, dejaba muchos huecos en una sociedad que debe ajustar precios, sueldos y trabajos. Ahora los encargos se pagan, sin tener que esperar a que aparezca el mozo de espadas a liquidar la temporada.





Santos vive desde su taller de la calle O’Donnell las grandezas y servidumbres del mundo del toreo, como un protagonista de excepción. Los trajes para las figuras, para los toreros emergentes, los clientes de siempre, la colaboración con grandes modistos, la consolidación de su prestigio que le abrirá nuevas vías. Es un trabajo paciente, de dedicación y vocación, y aunque diga que llegó al oficio por casualidad, a la sastrería de Fermín, desde luego se quedó en él por su capacidad, por reunir esa mezcla de gusto, trabajo, decisión y aptitud que se necesita para destacar en cualquier oficio singular.




La sastrería es un reflejo del mundo de los toros, requiere destreza, oficio, capacidad, gusto y trabajo duro, tiene altibajos, competencia y jerarquías, es depositaria de secretos del toreo, confidencias y sobre todo es, como el toreo mismo, una fecunda mezcla de oficio y arte, que requiere la entrega y el buen hacer y al mismo tiempo con eso no basta para para presentar un buen producto. Hay que aprender, repetir, crear, repasar, rematar bien y hacerlo todas las veces, pues la hechura del traje, como los movimientos del torero, siempre están condicionados por la sensación del peligro real que acecha en todo momento, y aunque todo está preparado para evitarlo y disminuirlo, nunca deja de estar presente y eso se nota, también, en los movimientos pausados, sabios y precisos del taller de sastrería de toreros. 




Andrew, Santos y Andrés


Reportaje fotográfico de Andrew Moore

Publicado anteriormente: Santos, sastre de luces y colores ( I )


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