Fernando Robleño es un torero para aficionados y ha firmado en Madrid con el toro Camionero de José Escolar el 18 de septiembre, una faena con riesgo y belleza, pureza y enjundia, para muchos de los que la vieron, la mejor faena de la temporada ante poco más de 3.000 espectadores (5.658 según las cuentas de la empresa, que incluyen todos los abonados de temporada asistan o no).
La Tertulia de Jordán hemos invitado, por segunda vez, a Fernando Robleño como homenaje a dicha faena y a su trayectoria.
Sus anhelos, decepciones, ilusiones, esperanzas y temores ya
los desgranó en enero de 2019, 47ª Tertulia de Jordán, cuando esperaba que su
gran faena al toro Navarro de Valdellán, le abriera puertas que han estado
tradicionalmente cerradas para él. La temporada 2019 sólo le trajo más contratos
en Las Ventas, donde se anunció hasta 5 tardes, además de su inclusión en
Pamplona. Tras la pandemia cesó la repercusión de la faena.
Sorprende que la asiduidad del enfrentamiento con las divisas más duras, no le haya torcido el gusto y sea capaz de esperar pacientemente que salga un toro que le permita cambiar el riesgo por belleza, aguantar la encastada embestida para embeberla en el natural rematado, dar ese último paso hacia delante del toro que ejerce el dominio pero que aumenta el peligro, y todo ello sin descomponer la figura, con los pies asentados en la seguridad del oficio y la cabeza crepitando al son de los olés de los escasos aficionados congregados un rutinario domingo de septiembre, fuera de feria, de televisión, de interés del público. “No me he acostumbrado a los toros que he tenido que lidiar a lo largo de mi carrera”, dice el torero y quizá sea por eso por lo que es capaz de prender la chispa del toreo en su pureza.
Fernando Robleño es capaz de hacer todo eso y luego pinchar al toro lo que le aleja del triunfo oficial, pero no de la admiración de los aficionados de los que como gran elogio han dicho: “Toreó como dicen que no se puede torear” y ese toreo negado por los voceros oficiales del toreo rutinario, es sencillamente estremecedor, gozoso e inolvidable.
Una espléndida madurez de Robleño, asentada en su gran
afición, que espera le permita seguir en los ruedos largos años, con la
esperanza de entrar en el circuito de las ferias, salir de los honorarios
mínimos, probar los encastes más nobles, alternar con los compañeros más
afamados. Morante de la Puebla le dio la alternativa y El Juli fue el testigo,
el 20 de junio de 2000 y desde entonces no ha vuelto a compartir cartel con
ninguno de ellos en 22 años.
La nómina de ganaderías lidiadas asusta, pues junto a la
trinidad de las divisas duras y tradicionales (Miura, Victorino y Adolfo), aparecen José Escolar, Dolores Aguirre,
Cebada Gago, Cuadri o Palha, tras su confirmación Madrid con toros del Cura de
Valverde, y en las más de 400 corridas de toros aparecen una única vez los
hierros de Juan Pedro Domecq, Jandilla o Luis Algarra, pero a pesar de esta
impresionante lista afirma sin rubor que “Yo no soy un guerrero”
Entre los lugares comunes, manoseados y falsos del toreo, destaca el de que el toro pone a todos en su sitio, cuando todos sabemos que hay sitios que están apostados en una vía muerta y en el mejor de los casos circular, de la que no sale si no se puede cambiar de carril. Quizá hay una lógica del espectáculo que pasa por encima del gusto de los aficionados y del esfuerzo de los toreros y que no llegamos a entender o a aceptar. La suerte y el carácter de los toreros quizá influyan también y Robleño es un torero más expresivo en los ruedos que en los despachos.
Continúa su carrera de torero, a la que dice no verle fin, pues afirma que “sigo toreando por afición” y nos comenta que complementa sus ingresos como matador, con una ganadería de manso, que le permite vivir en el campo.
Un torero que lleva en su cara las arrugas de la dureza de su
carrera, en los ojos la viveza de su fuerza interior y en su difícil, pero
franca, sonrisa la esperanza ante un futuro labrado con su propio esfuerzo.
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