El Instituto Juan Belmonte https://institutojuanbelmonte.com/ me encargó el prólogo al libro “Las águilas (de la vida del torero)” del escritor José López Pinillos “Parmeno”, dentro de su colección de Novelas reeditadas por la Fundación Toro de Lidia.
Publicado
ya, se puede leer el prólogo, del que se ha omitido la dedicatoria, y comprar el libro, en este
enlace https://institutojuanbelmonte.com/las-aguilas-la-obra-que-mas-se-acerca-a-la-gran-novela-del-toreo/
LAS ÁGUILAS. DE LA
VIDA DEL TORERO
A los amigos de la Tertulia de Jordán
El toreo, la actividad
artística y popular que ha recorrido la historia de la España moderna y
contemporánea creando héroes, generando pasiones, que ha sido dichosamente exportado
al sur de Francia, hermanado con la tauromaquia propia de Portugal y arraigado
en media docena de países de América, inagotable fuente de controversias
sociales y espectáculo favorito en España durante los últimos 200 años, ha
generado abundantes crónicas periodísticas, fecundas tauromaquias, enjundiosos
ensayos y copiosa literatura, pero no tiene una novela de referencia que
entronque el toreo con la gran literatura.
La gran novela del
toreo está por escribir. Esa novela que sea capaz de recoger los amplios y
variados registros del mundo de los toros donde tienen cabida los sueños, la
ambición, la heroicidad, la admiración, el triunfo difícil, el fracaso
previsible y tantos otros componentes del toreo, y que además sea capaz de
explicar no solo el toreo, sino la sociedad a través suyo, es una aspiración
que resulta difícil de alcanzar. Una novela que retrate las pasiones de sus
protagonistas que también retraten a la sociedad, sea a través de la ambición,
del relato gozoso de la gloria o de la triste mediocridad, que no abandone la
pulsión de la creación y destrucción de los sueños, que sosiegue la desmesura,
tan tentadora cuando sobre el argumento están permanentemente sobrevolando el
triunfo y la muerte y, lo que no es un dato menor, que utilice con propiedad el
rico vocabulario propio de la fiesta y tan arraigado en los usos sociales.
Entre todas las
candidatas parece que Las águilas (de la
vida del torero) (1) es la que más se aproxima a ese título honorífico,
tanto por la calidad de su escritura y lo ambicioso de su relato como por
proponer un esquema de gloria y dolor, que alejado del relato arquetípico del
héroe, busca entender las motivaciones del chaval que busca salir o sobresalir
en la sociedad, que tiene unas costuras tan justas para quienes nutren los
estratos sociales menos favorecidos.
El toreo es grandeza,
según la feliz expresión de Joaquín Vidal (2) y el torero es un héroe evidente,
pero en la historia del toreo hay muchos caminos que no conducen a la gloria,
sino a una vía muerta donde se estrellan las ilusiones, donde espera el dolor e
incluso la muerte. Uno de estos caminos sin salida es el que explora el
periodista, dramaturgo y escritor José López Pinillos “Parmeno”. Aunque toda su
restante obra narrativa y su actitud ideológica podrían situarle en el lado de
los detractores de la fiesta de toros, su novela rezuma conocimiento del
mundillo taurino de su época, lo que quizá le hace que a pesar de su estilo
tremendista e incluso esperpéntico, diríase llamado a desacreditar el mundo
taurino, no evita un tratamiento respetuoso y amable de los toreros, tanto del
protagonista como de sus compañeros de cuadrilla y profesión. (3)
Fuera de la narrativa
taurina romántica que ensalza al héroe y se inscribe en una descripción de la
sociedad más tradicional, Parmeno rompe con esa práctica que analiza Andrés
Amorós en Los toros en la literatura: “En el tema taurino parece predominar un
tratamiento tradicional, externo, atento sobre todo a los elementos
pintorescos. ¿Por qué? Sin duda, la fuerza plástica del espectáculo es tan
grande y su cercanía a maneras de pensar tradicionales, tan habitual, que ha
resultado difícil sustraerse a esta doble tentación.” (4)
Poseedor de una prosa
que reúne una expresividad punzante y, por momentos algo agresiva, una
facilidad para describir tipos populares sin caer en el arquetipo y la
singularidad de escribir con la transcripción fonética del habla popular, Parmeno
arma una novela en la que muestra el
singular mundo del toro enraizado como una parte de la sociedad. Aunque se
puede entender como movido de un afán de realizar una crítica descalificadora
del mundo del toreo como afirma Rafael Cansinos-Assens: “La trágica fiesta
taurina, reducida a la simplicidad inquietante de un suplicio sin belleza, de
un riesgo corrido por hombres no heroicos ni apasionados de un arte, sino
apremiados de la necesidad.”(5) La novela, sin embargo, tiene la fuerza de
mostrar esa parte singular del mundo con
sus costumbres, sus relaciones, sus disparates, sus males, sus jerarquías, su
aprendizaje, sus incertidumbres, sus anhelos. Una parte de una sociedad desfavorecida
que busca en el mundo del toro, la puerta a la gloria que consiste en palabras
de Jaquimiya, amigo y banderillero del protagonista: “Y no se piensa en er
dinero sino en las parmas, y en vivir uno como un señó, y en tené las manos
finas, y en dir lujoso, yebando uno tos los días la ropa der domingo, y en que
lo miren a uno y en que lo saquen retratao, y en que las mujeres no se pongan
moños con uno”.
Esta perspectiva de
mostrar una realidad despiadada no le convence a José Mª de Cossío, quien
afirma que “La mayor virtud de la novela consiste en el lenguaje” pues: “El
ambiente de Las águilas está en una deformación de lo popular y flamenco hacia
el lado de la caricatura unas veces, y otras de la patentización de lo que la
matonería y el flamenquismo tienen de repelente y hasta de monstruoso (…) La
historia es cruda y triste y el final con el suicidio del torero inválido es
francamente desconsolador y pesimista.” (6)
Parmeno, pseudónimo que
utilizó en el periódico El Heraldo de Madrid José López Pinillos, escribió en
la transición del siglo XIX al XX, con una perspectiva que permite incluirle en
la corriente realista, regeneracionista y socializante de la época. Realiza
vívidas descripciones de la sociedad y sus personajes a los que contribuye a
retratar y fijar su posición social con su transcripción fonética, que señala
la posición social de los personajes con la respectiva lejanía del lenguaje
culto.
Las Águilas es la obra
más conocida del autor, quien escribió novelas y cuentos además de obras de
teatro dramáticas. (7) Redactor y director de El Heraldo de Bilbao, fue a
Madrid donde colaboró en El Liberal y El Heraldo donde sobresalió con sus
entrevistas y popularizó su pseudónimo de Parmeno. La novela, que transcurre en
Sevilla, está escrita con un tinte localista, remachado por la transcripción
fonética de una supuesta habla andaluza o más concretamente sevillana y
describe con crudeza una realidad difícil de entender desde la perspectiva
actual, pues no habla de las grandes pasiones que sobreviven a las épocas, sino
de las realidades concretas, unas realidades que en ocasiones resultan tan
extrañas a nuestra sensibilidad como lo era el toreo de principios del siglo
XX.
Para ayudarnos a
entender la Sevilla de 1910, el año anterior a la publicación de la novela allí
ubicada, tenemos el censo histórico, de cuyo extracto podemos ver que tenía una
población de unos 600.000 habitantes, exactamente 597.031. Los datos concretos
y desglosados aparecen en el Censo de Sevilla 1910 del INE (Instituto Nacional
de Estadística) (8) pero para los efectos de este trabajo se puede decir que,
en cantidades aproximadas, el 70% de la población vivía de las labores
agrícolas y ganaderas como agricultor o jornalero, el 20% eran familias de
trabajadores industriales, de la construcción o transporte y empleados; el 10% restante
era una exigua clase media formada por funcionarios civiles, militares o
eclesiásticos, pequeños propietarios, profesionales liberales y rentistas y los
sectores pudientes de grandes propietarios, terratenientes y dirigentes
políticos y económicos. En definitiva las condiciones de vida cercanas a la
mera subsistencia afectaban al 90% de la población, que tiene su descripción en
el colorista y exhaustivo inventario del público de la plaza de toros que hace
Parmeno: “En los tendidos de sombra apretábanse los señoritos bullangueros, los
dependientes de las tiendas de lujo, los rentistas humildes, los menestrales
bien acomodados, los golillas, los estudiantes, los burgueses, los ricachos de
pueblo, los corredores, los cómicos, los almacenistas… En el centro (gradas de
sombra. Nota del Editor) reuníanse los aristócratas, los señores pacíficos, los
“aficionados” que compartían la diversión con sus mujeres, los tahúres ricos,
los ganaderos, los papás que cargaban con la chiquillería, los extranjeros, los
catedráticos, las pelanduscas de fama… Congregábanse en el “sol alto” los
estudiantillos pobres, los miembros de “la afición” que preocupábanse de
conservar sin mácula sus trajes domingueros, los enemigos de discutir con
criaturas que se fueran a las manos, los profesionales de la tauromaquia que
disponían de cortos posibles, los artesanos de gustos patricios… Y, por fin, en
el tendido de sol sentaban sus reales los partidarios de rematar las disputas a
golpes, los que disfrutaban con el estrépito, (…) la pobretería (…) y la
temible morralla (…)” (9)
En esta sociedad de
escasos recursos, fuertemente estamental y de dificultosa movilidad social, el
protagonista no es un héroe triunfador, como correspondería a una novelística idealista
o romántica, sino un hombre que no consigue torcer el brazo al destino y
muestra en su recorrido vital la otra historia de los toros. La del fracaso, la
muerte, las ansas incumplidas de utilizar un ascensor social en el que el
combustible es la propia vida. Una historia tan real o más que la de los
grandes triunfadores que, sin obviar el dolor, consiguen el halago del público,
cuentan con la admiración de la sociedad y consiguen ver reflejadas sus hazañas
en el papel impreso y se hacen un hueco para el recuerdo en la posteridad.
La cruenta historia
que describe tiene su correlato en la realidad de la época. Los espectáculos
taurinos eran cruentos, la sangre de toros, caballos y, en ocasiones, toreros,
era asumida como inevitable parte del espectáculo. Formaba parte de una
sociedad donde la violencia era menos extraña en las relaciones sociales que
actualmente y donde los resultados de
esa violencia en lesiones, heridas e incluso la muerte eran entendidas, aunque
no fueran aceptadas, como parte ineludible de la vida.
El proceso de
aprendizaje de la mayoría de aquellos que buscaban sobresalir en el mundo
taurino era costoso, pues no estaba reglado. Lejos de las modernas escuelas de
tauromaquia surgidas en los años 70 del siglo XX, objeto de tantas críticas y
controversias, lo habitual, salvo en el caso de aquellos toreros de dinastía
que recibían los conocimientos de sus mayores, pasaba por destacar en las
violentas capeas pueblerinas, que llenaban el oficio de vicios y el cuerpo de
golpes e incluso cornadas. Las escasas tientas en ganaderías estaban reservadas
para quienes tenían un padrino del mundillo y si no invitaciones, al menos
alcanzaban a conocer cuando se realizaban para acercar a encaramarse a la tapia
de la placita ganadera. Difícil formación llena de riesgos cuando “con dos años
de lecciones taurinas, torearían hasta los micos” señala el desesperanzado El
Niño, compañero de taller de Josele, el protagonista.
Para poner en contexto
la presencia de la tragedia presente en el mundo de los toros podemos ver un
listado de las muertes habidas en los ruedos en los años anteriores a la publicación
de la novela en 1911. He tomado en consideración las muertes acaecidas por
cornadas de toros inmediatas desde el año 1900 hasta 1910. En los 11 años
relacionados, solamente en España murieron 5 matadores de toros, (10) 12
novilleros, 17 banderilleros, 5 picadores, 1 vaquero y hasta un carpintero de
la plaza de toros de Cartagena. Si sumamos los muertos en México y otros
países, gran parte de ellos españoles que habían ido a torear fuera, tenemos
que en México murieron en ese mismo periodo de 11 años, 4 matadores de toros,
uno de ellos el célebre Antonio Montes, (11) 2 novilleros, 6 banderilleros, 2
picadores y 3 vaqueros; a esta lista habría que añadir 2 novilleros muertos en
Francia y Argelia, 4 banderilleros muertos en distintos países americanos
(Colombia, Perú, Brasil y Paraguay) y para cerrar la lista un caballero
rejoneador en la plaza de Campo Pequeno de Lisboa, en presencia de los mismos
reyes de Portugal. (12)
65 muertes en 11 años,
sin contar aquellos que murieron tiempo después debido a secuelas de cogidas,
ni a los que quedaron impedidos o mutilados debido a cornadas u otros avatares
de la lidia, ni, por supuesto, a aquellos que murieron en espectáculos y
fiestas populares informales. Esta es la dura realidad del toreo en ese
momento, en la que se entremezclan la dificultad del aprendizaje en las aciagas
capeas y las ilusiones desbordadas cuando se trata de sobresalir en una
sociedad con escasas posibilidades de promoción social. Los personajes de la
novela son conscientes de dicha realidad y así lo dicen en una de las primeras
descripciones del toreo que, el curtido maletilla y compañero de taller, El
Niño le hace al protagonista Josele: “por la tragedia viene el parné”, que
resulta ser premonitorio tras el primer triunfo del protagonista.
Debido a ese riesgo el
torero es un héroe popular, que cuenta con la admiración de sus vecinos cuando
tiene sus primeros triunfos y con el respeto social si llega a ser una figura y
es un auténtico fenómeno de masas de la época si es un torero excepcional. El
mismo año de publicación de Las águilas, tuvo lugar la presentación de Joselito
El Gallo en Sevilla el 25 y 26 de julio, en las novilladas llamadas de La Velá,
agotó el papel, y para financiar tanto entusiasmo “se registraron entre los
empeñados en el Monte de Piedad y las casas de préstamos más de 800 relojes”
según un recorte de prensa de la época referido por Ángel Sánchez Castillejo. (13)
Esta realidad de dolor
y gloria, contada de manera descarnada por Parmeno, recorre el duro proceso de
aprendizaje, las ilusiones del comienzo, el primer triunfo sofocado por la
tremenda cogida siempre acechante en los toros, la posterior reflexión, la
aparición de la muerte cercana y tras detenerse en la venganza a quienes se
aprovecharon de su debilidad y en la aparición del amor, pasiones vitales que
retratan al personaje y su época, describe la entrada en el grupo de los
elegidos y el brusco manotazo del destino que le lleva a preferir la muerte a
la invalidez. Un relato lineal en el que aparece una larga galería de
personajes, familia, amigos, mujeres, vecinos, cuadrilla, seguidores,
antagonistas, que completan la personalidad del torero y muestran el ambiente
social en el que se desarrollaba ese mundo. Aparecen personajes y relatos
pintorescos que dan color a la narración en la que Parmeno maneja con soltura
los diálogos. El amor no aparece como motor del relato, deteniéndose breve y
mostrenco en la consabida figura de la bailaora que se convierte en su amante y
en la vecina con la que se unirá en una breve pareja después de achares
adolescentes. El brutal ganadero Luis Regueral no amerita ser un retrato de sus
homólogos, sino un ejemplo de la capacidad del autor para crear relatos descarnados,
tal como la corrida en una ciudad del norte bautizada como Selvática que más
parece un ajuste de cuentas personales con una ciudad como Pamplona, que un
relato que dé coherencia al conjunto.
Se complace Parmeno en usar un lenguaje duro,
hosco, esperpéntico incluso, con el que también se recrea describiendo a los
personajes sin compasión:
Ratón: “Parecían haber crecido las tres nobles
cicatrices que daban fiereza y majestad a su rostro, a costa de la nariz,
recogidita como una avellana, de los carrillos, flácidos y del pescuezo tan
desprovisto de carne y de tan horrenda e increíble estrechez…”
“Cachirulo, el fornido picador, era feo de
sobra, feo sin compostura, feo sin remisión, feo con propina y colmo, total y
definitivamente feo.”
Lasarte, padre del protagonista: “tenía un labio
remellado y un lobanillo en el cogote y miraba cerrando el ojo izquierdo.”
Esta mirada descarnada y cruel con sus
personajes forma parte de su estilo, así en un cuento de inspiración taurina, El chiquito de los quiebros describe al
protagonista Urrengochea: “No había en Vizcaya un varón tan caprichosa y
arbitrariamente formado como él. En su cabezota enorme vegetaban unos pelos
grifos, ralos y amarillentos; en su rostro de gárgola abríase una boca torcida
y sin labios, parpadeaban dos ojos blanquecinos y sin luz, y arrebolábase una
crasa nariz.”
Juan El Pampero en el cuento La sangre de Cristo: “Era el bruto más
bruto del mundo, y no toleraba que nadie le disputase la hegemonía de la
estupidez. Bajo, anchísimo, velludo, con sus mejillas que, hinchadas junto a
los ojos, adelgazábanse en una rápida huida hacia la nuca, sus grandes orejas,
sus patas cortas y su pestorejo bovino, parecía un irracional que hablase, un
mico gigantesco con figura humana.”
No es, desde luego, el
narrador compasivo con sus personajes, de quienes se entretiene en mostrar sus
defectos con más salero que sus virtudes. Recorre la novela la fealdad, la
incultura, el dolor, la ignorancia, el afán por sobrevivir con el menor
esfuerzo. La facilidad de los personajes de la novela para recoger el desprecio
o la ignorancia de sus pares, domina a las relaciones de solidaridad entre los
desfavorecidos. Reparte una mirada desesperanzada sobre las personas y expresa
la dificultad de abrirse camino en este “oficio de glorias eventuales y seguros
daños” que es el más sencillo resumen de la estructura de la narración.
Más que una gran
novela, es un vivo relato de una época, que añade la descripción de una
sociedad al relato épico de la llamada “Edad de oro del toreo” (14) que
justamente se iniciará el año siguiente con la alternativa de José Gómez Ortega
“Gallito” en 1912. Mientras que las crónicas de la edad de oro hablan del
aprecio social de Joselito y Belmonte, de los cambios introducidos en el arte
de torear, de las plazas monumentales concebidas para abaratar los precios y
dar acceso a la plaza a los sectores sociales más desfavorecidos para que
puedan disfrutar del espectáculo favorito de la sociedad de la época, del
interés de los intelectuales por el toreo, en fin de un espectáculo que se
extiende por la sociedad que trata como héroes a sus protagonistas y que los
colma de fama y dinero, pesetas y palmadas en el subtítulo del libro de
entrevistas Lo que confiesan los toreros
y se centra en el dolor, las ilusiones incumplidas, la dureza del oficio y la
muerte acechante, cogidas y palos en dicho subtítulo. (15)
Esta desmesura expresiva que vemos en la
descripción de los personajes que es extensible al de los ambientes sociales
donde se mueven los mismos es adecuada al ambiente que desea crear, el de una
sociedad cerrada, inamovible que
significa un lastre para aquel que busca entrar en las zonas de privilegio.
Dentro de esta sociedad, el mundo de los toros,
al que no parecería excesivamente proclive Parmeno, encuentra un filón que le
brinda al autor un marco en el que se mueven bien personajes caricaturescos,
pero a los que dota de cierto espesor literario, de un ambiente donde la
violencia está latente y donde destacan los temas que conforman el subtítulo de
su recopilación de entrevistas taurinas. Pesetas, palmadas, cogidas y palos.
Los dos primeros serían lo que buscan y los dos segundos lo que les espera
agazapado en su búsqueda.
La idea aristotélica
de que es preferible la amistad a la justicia, el afecto al interés, no parece
ser del gusto de Parmeno, quien elige hablarnos de los sinsabores, los
problemas y el dolor, mejor que de un personaje que alcanza a sobreponerse a un
destino trágico. Prefiere ilustrarnos acerca de que el atajo social que la
gloria proporciona es una falsa ilusión y con esta falta de compasión hacia el
duro mundo de los toreros, compone una novela que si bien no es la gran novela
del toreo, sí es un retrato estimable, colorista, vivo, de un mundo que apenas
trasciende al público más que en su versión de gloria y triunfo, pero que dicha
gloria está edificada sobre las ilusiones frustradas de muchos que transitan un
camino empedrado de fracasos, dolor y muerte. Camino que hoy, tan distinto el
toreo y la sociedad a la de hace cien años, está pavimentado de los mismos
materiales, aunque la muerte no esté tan presente, ni la gloria tenga la misma
repercusión.
1. Las águilas. De la vida del torero, fue
publicada en la Editorial Renacimiento. Madrid 1911. Reeditada por Alianza
Editorial Madrid 1967, por Turner Madrid 1991 y por Calambur Madrid 1991
2. El toreo es grandeza. Joaquín Vidal.
Turner. Madrid 1994
3. Alberto González
Troyano en el prólogo a la edición de Turner 1991.
4. Andrés Amorós. Los
toros en la literatura. Ensayo, novela, teatro y poesía. Los toros. Tomo VII. Espasa Calpe. Madrid 1995
5. Rafael
Cansinos-Assens La nueva literatura IV La
evolución de la novela (1917-1927). Páez. Madrid 1927. Citado por Alberto
González Troyano en El torero héroe
literario. Espasa Calpe. Madrid 1988.
6. José Mª de Cossío. Los
toros en la novela. Los toros. Tomo II.
Espasa Calpe. Madrid 1985.
7. En la entrada de
Wikipedia correspondiente a José López Pinillos se hace una detallada
descripción de la biografía y obra del personaje, en la que se ningunea la
importancia de sus escritos taurinos. Se omite la reedición de Lo que confiesan
los toreros. Turner. Madrid 1987 y 1994 (2ª edición). También de La sangre de Cristo, recopilación de
novelas cortas. Laia. Barcelona 1974, y se excluye la existencia de uno de los relatos
de tema taurino incluidos en ella titulado precisamente El chiquito de los quiebros, ambientada en Vizcaya. Publicada
originalmente en Los contemporáneos nº 196. Madrid 1912. El error, sin duda es debido
al actual sectarismo social hacia la corrida de toros, que incluye el intento
de negar su historia. La novela corta titulada La sangre de Cristo, está incluida en la recopilación de relatos del mismo
nombre publicados entre 1907 y 1916. Laia. Barcelona 1974. Reedición de la
original en Pérez de Villavicencio Madrid 1907 y reeditada en La novela corta
Madrid 1920.
8. Instituto Nacional
de Estadística INE. Censo de la población de 1910. Sevilla. Tomo IV.
9. Antes de la
implantación del peto de los caballos, la valoración de las localidades era
distinta de la actual, siendo la más valorada la grada, más lejana a los olores
y salpicaduras inevitables de la suerte de varas.
10. Los matadores de
toros que murieron en España fueron Domingo del Campo “Dominguín”, Faustino
Posada, Hilario González Delgado “Serranito”, José Gallego “Pepete III” y
Rafael Molina “Lagartijo chico”.
11. Los matadores de
toros que murieron en México fueron Manuel Sánchez “Sevillanito”, Antonio
Montes, José Marrero “Cheche de la Habana” y Manuel Corzo “Corcito”.
12. La lista está
sacada de la documentada página web Los toros dan y quitan, editada por el
Ingeniero Leopoldo Peña del Bosque
13. Tomado del post en X (antes Twitter) de El Pasmo
(Ángel Sánchez Carrillejo) quien lo ha extraído de los Apuntes de una biografía
de Joselito de Felipe Sassone del semanario El Ruedo. Madrid 1945.
14. Sobre la edad de oro del toreo, ver: El
público en la edad de oro del toreo, por Pepe El Largo, en el blog Festivales
de España
15. Lo que
confiesan los toreros. Pesetas, palmadas, cogidas y palos. Recopilación de
entrevistas a toreros: Turner. Madrid 1987 y 1994. Reediciones de la original
de Renacimiento Madrid 1917.
Madrid, 30 de septiembre de 2023
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