Por
el mundo algo atrabiliario de Twitter (X) se mueve la figura de Rubén Sanz, torero
soriano que participará en la última corrida de clasificación de la Copa
Chenel. Su imagen es inusual, la de un torero con fieles seguidores y escaso
bagaje, pues difícilmente sumará una veintena de corridas en sus quince años de
alternativa, la gran mayoría en tierras sorianas.
Me
confieso uno de sus fieles seguidores, fascinado desde hace años por su
decisión de ser torero, que pasa por encima de numerosas dificultades entre las
cuales no ha sido menor su reducida técnica taurina.
A través de los amigos de Soria, ciudad con la que mantengo una vital relación sentimental, en la que se mezclan las experiencias mejores y peores como es imprescindible para que sea una relación sentida, conocí la peripecia de Rubén como novillero, quien tras pasar por la efímera escuela taurina soriana que dirigió el gran José Luis Palomar, fue juntando morosamente el número mínimo de novilladas con picadores necesarias para tomar la alternativa.
Entre
las iniciativas para darle a conocer y que pudiera completar su ciclo
novilleril, un grupo de aficionados sorianos agrupados en la peña taurina y
flamenca Celtiberia de la mano de Adolfo Sainz, encargaron la realización de un
documental (Diálogos
en la meseta con torero al fondo) donde se narraba la dedicación e ilusión del
torero. Ramón Monreal, siempre atento y partícipe de todo lo que se cuece en
Soria me hizo llegar el documental, a través del que conocí los desvelos ya infantiles de Rubén, su
primer aprendizaje en la escuela taurina, su férrea determinación de entrenar
diariamente en la siempre vacía plaza de toros soriana, su vestido de luces
puesto a diario para acostumbrarse a su peso y hechuras extrañas cuando le
llamaran a torear. Todo junto me fascinó pues me transmitía una imagen
romántica de un hombre tocado por la llamada del destino, aunque este se
manifestaba cicatero en oportunidades e incluso conveniencias.
Inmediatamente
me hice seguidor incondicional suyo y como debe ocurrir con la fe, sin
necesidad tan siquiera de verle torear. Fascinado por su historia inicié mi
peregrinaje tras sus huellas en la corrida de su alternativa en
Soria en los sanjuanes de 2009. En
un mundo determinado por la necesidad de triunfar, la ausencia de triunfo en
tan señalada ocasión fue despachada por el matador de toros con el humilde
comentario de “Siento no haber podido juntar los buenos muletazos sueltos
que le he dado, en algunas series ligadas, para que todos hubiéramos disfrutado
más” lo que entendí como una señal de que Rubén era, inevitablemente, un torero
y un hombre a seguir. Un hombre que entendía que su destino estaba por encima
de las circunstancias.
He
seguido viendo a Rubén Sanz en diferentes corridas especialmente en Burgo de
Osma, también en una salida fuera de la provincia en Cuéllar y por supuesto en
Soria donde también estuve en su gran faena del 2 de julio de 2022 al toro de
Los Maños, malograda con un aliño y muerte cercanos a una “espantá” en su
segundo toro, lo que empujó al torero a renunciar a la salida por la puerta
grande, sin duda la gran ilusión de su vida.
No
soy el único seducido por la firme decisión de Rubén Sanz; además de sus amigos
y seguidores de la primera hora, Joaquín Albaicín siguió con asombro y entusiasmo
su transición de novillero
a matador, Domingo Delgado de la Cámara ha estado en numerosas corridas
suyas, hasta en una ocasión coincidí en Burgo de Osma con Paolo Mosole,
presidente del Club Taurino Italiano, quien se había desviado de su viaje de
Milán a Andalucía para asistir a una de las escasas apariciones de Rubén Sanz.
Actualmente los eruditos aficionados Manuel Hernández (autor del blog la fiesta
prohibida) y Juan Salazar (autor, entre otros, de Remembranzas imaginarias)
siguen al torero donde quiera que se anuncie.
Seguir
a Rubén Sanz tiene mucho de esperanza en el toreo como expresión romántica de
la vida. No sólo se enfrenta al animal, con el riesgo físico que supone, sino
que es una manera de enfrentarse con la vida, siguiendo su propio destino que
le dicta su necesidad imperiosa de ser torero.
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