Después de años de venturas
desventuras y aventuras de vuelta de un gran periplo por medio mundo recale en
Las Ventas del Santo Espíritu, que así se llama la bonita Plaza de Toros de
Madrid inaugurada en 1929 y catedral indiscutida del toreo, con la Plaza México
y la Maestranza de Sevilla siguiendo sus pasos. Necesitaba un proceso de
reespanolizacion acelerado y busque en el coso de la calle Alcalá mi doctorado.
La alternativa me la dio en los altos del Tendido 7, por unos vituperado y por
otros hosanado, un personaje alto y desgarbado de porte quijotesco y taurino
hasta la médula y de ideas marcadamente libertarias, que se calificaba asimismo
como intransigente. Una característica de este personaje barojiano revistero
taurino y periodista forjador de utopías era ni más ni menos LA LÁGRIMA, que
aparecía en sus ojos de arriero bien parecido cuando se producía el milagro del
arte sublime, la conjunción estelar de la emoción suprema, de la síntesis de la
belleza y de la fuerza animal con el arrojo y la maestría humana. El duende del
mundo flamenco. El toreo es emoción como el amor y la amistad.
En los altos del 7
Foto de Eduardo de la Cruz
Así acaeció el
dos de junio de 1982, en uno de esos días africanos de los madriles, en un
calor asfixiante unos toros sublimes se enfrentaron a tres toreros inspiradísimos
y legionarios del riesgo y los reputados Victorinos entraron en el Parnaso del
arte de Cuchares glosado por el Cossío y un diestro Ruiz Miguel se erigió en
Maestro máximo de doblegar a las fieras. Allí vi por primera vez la lágrima, se
le arrugada la cara y surgía esa bendita lágrima colofón de esa emoción humana
que nos eleva en el rango de la creación. Andrés con su vozarrón encampanado
ejercía de oficiante de emociones, que luego reapareció en más de treinta
Ferias de San Isidro en el toro blanco de Antoñete, ese torero que en su veteranía
alcanzó la gloria con su prodigiosa media distancia. Otras lágrimas memorables
fueron las cuatro salidas consecutivas por la Puerta grande de un torerazo
colombiano Cesar Rincón de nombre y su salida a hombros con José Ortega Cano
gracias a soberbios quites en el medio del albero, hecho, ambos laureados, que
no volvería a repetirse hasta 25 años después y no digamos la asombrosa faena
de Joselito encerrado con seis morlacos en un hiperbólico dos de mayo o la
aparición de un extraterreste, de otro mundo sin duda de otro espacio sideral
en que reinará la estética, la gran belleza suprema, de José Tomás el místico
de los ruedos, allí se desbordó el bueno de Andrés y sus lágrimas regaban los altos
del siete y Claudio el de Getafe salido de La Verbena de la Paloma corroboraba
la emoción con sus exclamaciones de asombro.
Puesta de sol desde los altos del 7
La última lágrima de Andrés, que
ahora se ha trasladado a las alturas de la Andanada del nueve, se ha producido
por poderes y por transmisión de pensamiento un primero de junio de 2016 se me
ha producido a mí en el trascurso de la increíble faena del diestro alicantino
de prosapia taurina, de casta le viene al galgo, José Mari Manzanares, que
embrujo a su precioso enemigo y lo meció con una muleta que sólo en el Olimpo
podría manejar Zeus, con lentitud exasperante y entonces poderosa incontenible
volvió a surgir la lágrima de Andrés y el toro soberano de Victoriano del Río
murió recibiendo y la injustamente denostada fiesta nacional se puso en pie con
un estentóreo VIVA ESPAÑA
Gracias Andrés.
Publicado por Joaquín Antuña en Galicia Digital
Gracias Joaquín
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