Una
corrida del siglo XIX, apta para ser dibujada por Daniel Perea y contada por
Sánchez de Neira o F. Bleu o Peña y Goñi o cualquiera de los apóstoles del
integrismo en la Revista La Lidia que se editó entre 1882 y 1900. Nada que ver
con la brava y encastada corrida del pasado mes de septiembre en Madrid.
Toros duros de Saltillo con antigüedad de 1845
Una corrida con toros
de embestida imprevisible, cara alta, duros de pezuña, incansables y aviesas
intenciones. El tercero se fue al corral después de los tres avisos y dos
estocadas hasta la bola, con la cara bien alta, la boca cerrada y espantando a
los mansos.
Luvino-43 con la espada hasta la bola, acomete a José Venegas
El cuarto, condenado a banderillas negras en lo que pareció un
exceso de celo del presidente, puesto que el toro había sido sangrado en varias
entradas al caballo, aunque no se quedara fijo en ninguna, no dejó de mirar al
torero, el quinto repetía embestidas por su pitón derecho aún con la cara
siempre alta y sin humillar.
Banderillas negras para Cazarrata-45
Los dos primeros, de discutible trapío para
Madrid, fueron sencillamente imposibles, pues después de huir de los caballos
no embestían a la muleta. Rafael Cabrera contó hasta dieciséis desarmes de matadores y peones sólo entre los toros
segundo a quinto.
Discutible trapío e indiscutible seriedad
Una
corrida que recordaba vivamente las viejas películas de los años 10 y 20 del
siglo pasado. Películas que los matadores de ayer no parecen haber visto, y
desconocen la técnica de toreo por la cara, pases de castigo, desplantes y
adornos.
Sánchez Vara
No saben que con la bravura silvestre como la de los toros de Saltillo
de ayer, que quizá no se diferenciaran mucho de los que fueron lidiados en
Madrid el 14 de julio de 1845 cuando el hierro tomó la antigüedad, hay que
agotar al que sale bravo y castigar al manso, que no hay que dar cuartel al
toro, que como decía Joselito “El Gallo”: “a los toros hay que darles leña
desde que salen de los chiqueros”.
Alberto Aguilar
José Venegas
Se
perdieron en intentar componer series de derechazos como Aguilar o en remedar
pases del desprecio como Venegas o en defenderse de las acometidas al bulto
como Sánchez Vara. Todos ellos fueron despedidos con palmas que hacían más
referencia al mal trago que habían pasado que a su capacidad.
César del Puerto recibiendo a Jabalinoso-67
Claro que, ya que no a cargo de los matadores, hubo escenas que mostraron como se puede alcanzar lucimiento con esos toros. Así César del Puerto, de la cuadrilla de Alberto Aguilar paró con gran autoridad al quinto toro y David Adalid puso cuatro grandes pares de banderillas de mucha exposición a los toros tercero y sexto de José Venegas, el segundo de ellos absolutamente extraordinario.
David Adalid pareando con exposición en sus dos toros
Una
corrida que tuvo como virtud llevarnos a un coso de finales del siglo XIX o
principios del XX sin necesidad de verlo en el desenfocado celuloide de la
época, que sirve para recordarnos que el toro bravo proviene de un animal
salvaje y que la esencia de la corrida de toros consiste en domeñar esa
acometividad, que ejerce de espejo donde mirar el espectáculo tantas veces
domesticado y hasta melindroso de tantas corridas actuales, pero que hace tabla
rasa de la depuración de la cría de los toros bravos en los últimos 150 años. Sin
embargo con este recuerdo, hoy se nos hará cuesta arriba asistir a la corrida
de Beneficencia anunciada, de seguro tan distinta.
Una corrida de otros tiempos
Una
corrida que resultó entretenida para todos los asistentes pero a costa de
sustituir un espectáculo cuya justificación se encuentra en trascender el
dominio del toro por el torero en belleza, en otro que atiende a sentimientos
más primarios, de emoción basada en el miedo del espectador.
Fotografías de Andrew Moore
Publicado en Opinión y Toros
Querido Andrés,inmejorable tu reseña,la comparto sin el más mínimo reparo. La amistosa gresca con los numantinos de la andanada solo era tradicional hipertrofia de los egos aficionados. La corrida no era ejemplar pero sí catártica. Un fuerte abrazo. JPC
ResponderEliminarQue excelente reseña, se agradece mucho la mesura, la certeza en el análisis y la perspectiva histórica. Desde luego los toros no eran como para burlarse de ellos, como en algún periódico de papel he podido leer. No hay duda de que eran toros de otra época para otra fiesta, pero también de que el otro extremo en el que hemos caído, el toro automático, va lentamente acabando con el espectáculo por falta de emoción. Gracias de Nuevo por la excelente crónica.
ResponderEliminarMuchas gracias JPC y CEPO GORDO por vuestros comentarios. Me alegra haber sido capaz de contar la corrida de Saltillo de manera que os haya parecido veraz e interesante.
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