Todo esto no tenía más que un objetivo: la muerte del toro. Esa era la razón única de la fiesta. Allí estaba congregado todo el pueblo para estremecerse, para sufrir, para sentir la muerte como un aire frío, y, después, gozar con el triunfo de la vida, como si para valorar esta, el pueblo necesitase verla cara a cara con la muerte...
Angel Mª de Lera. Los clarines del miedo. Plaza y Janés. Madrid 1970. pag 176.
Tomada de Candeleda-Avila
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