Ahora que tantos escribimos de toros, que los comentarios, crónicas,
reseñas o resúmenes se reproducen de manera similar a colocar un espejo frente
a otro para reproducir hasta el infinito la imagen atrapada, pretender hablar,
recordar o comentar la corrida de La Palmosilla es muy semejante a multiplicar
al aburrimiento, el sinsentido o el estupor, hasta límites difícilmente soportables
para cualquier aficionado, que se acerque de buena fe, a una descripción de la
misma.
Baste decir que los animales flojos, mansos y descastados ni siquiera se prestaron
a un remedo o simulacro de corrida y derrumbados por los suelos dieron paso a
un desfile de, diferentes y a un tiempo iguales sobreros, que esperaban su
oportunidad en los corrales.
Picador, acuarela de Carlos Aguilar
Uno de Torrealta, cinqueño pasado, que cayó en manos de Joselito Adame le
sirvió para mostrar su faceta de torero decidido, que basa su tauromaquia en el
valor y conecta fácilmente con el público más impresionable. Otro de La
Rosaleda, ganadería creada según confesión de los ganaderos Peralta con diez
vacas y con el objetivo de promocionar los novilleros sin picadores, recorrió
el ruedo para demostrar que hay saldos ganaderos al por mayor, como La
Palmosilla y al por menor como esta ganadería. Le tocó a Escribano quien
también basa su toreo en el valor, pero el valor con ser necesario, no es
suficiente para justificar una faena y a fuerza de repetido pierde importancia.
El valor para tener trascendencia, como demostró Fandiño, debe ir unido a
la sorpresa y por supuesto al enemigo al que se enfrenta, además de ser un
hecho singular. Sólo así trasciende de la mera temeridad y se convierte en una
parte de la tauromaquia.
Publicado en http://www.opinionytoros.com/noticias.php?Id=46782
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