La lluvia, el viento, la incomodidad, en fin, son malos consejeros para paladear el toreo con gusto, pero las plazas de toros son así, al aire libre, con horarios inclementes para los inocentes espectadores y los maniáticos aficionados, que nos empeñamos en seguir en pos de la emocionante belleza del toreo, torrados por el sol, pasados por agua o ateridos por el frío que corresponde al día. El cartel del arte, Morante, Ortega y Aguado movilizó a muchos aficionados, muchos más en proporción que espectadores, pues la ilusión manda más que la maldita experiencia, que nos dice que los toros de las corridas de artistas son una castaña infumable que de toros tienen, con suerte, el aspecto y en muchos casos ni eso. El paseíllo media hora más tarde de la hora fijada, debido a la lluvia caida en el ruedo y quizá, en las taquillas Los infumables, con trapío de toros salvo el quinto, que contradiciendo al dicho era malo y feo, además de ser el único cuatreño del día, correspondían...