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ARRIEROS SOMOS. ANTONIO J. PRADEL ARGUMENTA LAS APORTACIONES DE GALLITO

La conmemoración del Centenario de Joselito provocó un curioso artículo de Santi Ortiz, en el que con evidente inoportunidad, pretendía negar la aportación de Joselito so pretexto de homenajear a Belmonte. El diario EL MUNDO, que lo acogió, publicó mi contestación https://www.elmundo.es/cultura/toros/2020/03/28/5e7f362c21efa099288b4607.html a la que siguió una réplica de Santi Ortiz con una argumentación con conocimiento propio de tercer año de abonado, en la que ni el insulto personal estaba excluido.

Entrando al fondo de la cuestión que planteaba, mientras que yo sólo aludía a la oportunidad, Antonio J. Pradel ha escrito la siguiente contestación que incluyo en este blog, dado que el diario EL MUNDO no ha considerado oportuna su publicación.

Arrieros somos
Antonio J. Pradel

Director de “Minotauro. Periódico de Toros y Toreros” 

Sin toros en primavera por este maldito covid-19, asisto estos días gratamente sorprendido a una interesantísima discusión que se ha establecido en las páginas de El Mundo en torno a las conmemoraciones del “Año Joselito” en este 2020, centenario de la trágica muerte del torero de Gelves en Talavera. Los protagonistas: el escritor Santi Ortiz y Andrés de Miguel, Presidente de la Peña Los de José y Juan.
Todo este debate comenzó a raíz de la publicación de un artículo de Santi Ortiz titulado “Hablar de Belmonte en el año de Gallito: contra el revisionismo gallista”. Parece que no está de acuerdo su autor con que a Gallito se le adjudique el adjetivo de “revolucionario”. Ese parece ser, a fin de cuentas, el meollo de toda esta polémica; según Ortiz: “ha venido abriéndose paso una corriente de revisionismo histórico que pretende otorgarle a Joselito un atributo del que carecía”. Para Santi Ortiz Joselito no fue un revolucionario de la tauromaquia.
Muy bien; puede que tenga razón, pero lo que habría que replantearse es si este aspecto (el de “revolucionario”) tiene realmente verdadera importancia para la historia del toreo; lo que habría que plantearse es si la “revolución” belmontina fue tan positiva para la posterior historia de la tauromaquia como quieren hacer ver los partidarios de Belmonte. ¿No es posible que en esa tauromaquia anacrónica de Gallito (“el toreo viejo”, según Ortiz) haya aspectos que se pasaron por alto y que deberían reivindicarse en la tauromaquia actual? Más allá de la pesadísima, vacua y estéril discusión sobre quién es el inventor del toreo en redondo, habría que preguntarse por otras cuestiones tanto o más trascendentales en el arte de torear. Las bizantinas discusiones entre los “expertos” aburren al más pintado.
En ciertos aspectos Belmonte acabó con el toreo; y esto no lo digo yo, esto lo reconocieron en su día belmontistas acérrimos como Manuel Machado, sin ir más lejos. Efectivamente, Belmonte hizo su revolución y el toreo empezó entonces su crisis, una crisis que se puede rastrear hasta nuestros días. Cambió los terrenos, en efecto, y como causante de esa revolución es admirable como torero y como artista; pero las consecuencias fueron desastrosas para el toreo, que se llenó de imitadores de las formas belmontinas sin ton ni son. Si Belmonte tuvo tanto seguidores y Joselito el Gallo no creó escuela habrá que replantearse cuál fue la razón: ¿No será que para los toreros en ciernes era mucho más fácil optar por la vía negativa de Belmonte en lugar de optar por la vía de Gallito? En efecto, estamos en tiempos de “revisionismo gallista”, ¿por qué este hecho les puede resultar molesto a algunos? Es algo que se me escapa por completo. En la Historia del Arte, por ejemplo, cada cierto tiempo los artistas bajan y suben su cotización en “la bolsa de valores”; ¿por qué no puede suceder lo mismo en la Historia de la Tauromaquia? ¿Acaso aquí los valores han de ser inamovibles?

Cuando el torero se mete en el terreno del toro (y ése es, principalmente, el único mérito de Belmonte) empieza el aficionado a aburrirse en los tendidos. ¿Qué sucede con la revolución belmontina? Lo explicaba a la perfección Manuel Machado en una entrevista publicada en El Ruedo en 1944: “Que cualquier novillero se mete en el terreno del toro porque Belmonte descubrió que se podía entrar en la zona vedada. Y ocurre que los toreros ya no pisan su terreno y, por tanto, se pierde la verdad, lo clásico… Porque lo difícil no es meterse entre los cuernos del toro y darle trescientos ocho pases, sino esperarle, embarcarlo, aguantarle y darle la salida. El toro, por su sitio; el torero por el suyo…”. Es decir, lo difícil de verdad es… como toreaba Joselito el Gallo (esperar, embarcar, aguantar, y darle la salida…, con arte y con gracia, claro está). Porque Gallito, aparte de todas las virtudes que se le cantan habitualmente como torero poderoso y largo, como científico del toreo, era un torero de arte. Es el único caso en la historia en que se han conciliado estas dos vías: la estética y la de mando y poder. No olvidemos lo que dijo El Guerra la primera vez que vio torear al pequeño de los Gallo: “Mu güeno, mu güeno…, pero es gitano”. Es decir, torero largo y poderoso, sí, pero también de arte, cosa que, por otra parte, al Guerra no acababa de convencerle en absoluto.
Belmonte fue genial en lo suyo, esto es indiscutible, único e irrepetible en la interpretación de un toreo personal e intransferible. Torero corto, muy corto, condicionado por un físico que en principio no le ayudaba a dominar al toro en absoluto. Al comienzo de su carrera como matador, frente al poderío de Joselito, hubos muchos que se decantaron por “el pobrecito Belmonte” porque daba pena verlo desamparado delante de aquellos torazos; claro, la emoción venía de que salía vivo del intento después de pasárselos muy cerca. Debido a todas sus carencias y limitaciones, el Pasmo de Triana tuvo que “inventarse”, o mejor dicho “descubrir” (como le confesó a Luis Bollaín) otra forma de torear para poder medirse con Gallito. Y, en efecto, encontró su forma de aguantar el arreón. El peor defecto de Belmonte, sus seguidores, la pléyade de imitadores; aquellos que sin tener sus mismas limitaciones se empeñaron en seguir sus formas porque así asustaban y enardecían al público. Belmonte fue el torero tremendista de su época y acabó imponiendo un canon porque emocionaba a los públicos que sabían menos de toros.

En cuanto al tan traído y llevado temple…, tampoco se sostiene que sea Belmonte el que descubre el temple, puesto que en verdad es el toro el que templa. Ya lo reconoció así el propio genio de Triana: “Yo descubrí el temple el año de la glosopeda”.
Mientras tanto, la otra vía, la del clasicismo en el toreo, quedó muerta en Talavera. En este año de “revisionismo gallista”, lo que pretendemos reivindicar los partidarios de esta otra vía es que Joselito no tuvo oportunidad de explicar en profundidad su tauromaquia, como sí tuvo ocasión de hacer Belmonte cuando volvió a los ruedos en los años ‘30. Recordemos que Gallito muere con 25 años recién cumplidos, y en ese tiempo se consagró como el torero más importante y trascendental que ha existido nunca para la posterior historia de la tauromaquia. ¡Belmontistas del mundo, pueden quedarse ustedes con el adjetivo de “revolucionario” para su ídolo! Revolucionario fue el Espartero en la época de Guerrita, revolucionario fue Manolete en la época de Pepe Luis, revolucionario fue el Cordobés en la época de Antonio Bienvenida, revolucionario fue Paco Ojeda en los mejores años de Antoñete, revolucionario ha sido José Tomás mientras Morante de la Puebla elevaba al toreo a sus cotas más altas de calidad artística. En fin, allá cada cual con sus filias y sus fobias…, pero nadie tiene la verdad absoluta.
 “Lo que más trabajo cuesta ante los toros es quedarse quieto”, escribe Santi Ortiz. Pues si esto es así, entonces, ni gallistas ni belmontistas, hagámosle un monumento al torero que más quieto se ha quedado en toda la historia, el torero más revolucionario que han visto los siglos: ¡Don Tancredo!
 “Estamos asistiendo a una sistemática y flagrante tergiversación de la historia”, se queja Santi Ortiz en su artículo. No obstante, sería conveniente no olvidar que en materia de estética (si consideramos a la tauromaquia como una de las Bellas Artes), esto de “la verdad histórica” habría que ponerlo en cuarentena (como estamos ahora mismo nosotros enclaustrados en nuestras casas debido al maldito virus). ¿Quién es el artista más trascendental en el siglo XX, Pablo Picasso o Marcel Duchamp? ¿Quién revolucionó el cante flamenco en la misma época de Joselito y Belmonte, Don Antonio Chacón o Manuel Torre? ¿Quién es aquí el “revolucionario” de verdad? Planteémonos esta misma pregunta en relación a Joselito y Belmonte y nos daremos cuenta de que el asunto no es tan grave como le parece a Ortiz, puesto que estas discusiones no dejan de ser bastante infantiles e intrascendentes: ¿A quién quieres más, a papá o a mamá?

En su respuesta al artículo escrito por Andrés de Miguel, y que lleva por título “Aclaración a la polémica del revisionismo gallista: No vistan a José con prendas que no son suyas”, Santi Ortiz ahonda en sus disquisiciones sobre el toreo en redondo e introduce una cuestión fundamental, a mi modesto entender: la literatura. Escribe Ortiz: “Ese es otro de los caballos de batalla del revisionismo militante, que trata a Belmonte como si fuera producto de la literatura y no al revés. Cansados estamos de escuchar la influencia del libro de Chaves Nogales para elevar a Belmonte al mito en que se convirtió, sin que nadie señale que la obra fue escrita en 1935; esto es: el año en que Belmonte cuelga los trastos definitivamente, después de haber escrito a sangre, arte y fuego, por más de tres lustros su historia de alamares. Si la percha literaria del pobre Gallito no tenía la envergadura de la de Belmonte, ni José ni Juan tenían la culpa. Cada uno tenía su personalidad y su misterio y, a través de ellos, inspiraban en distinto grado a escritores, intelectuales y periodistas”. En efecto, y Belmonte “inspiró” a Chaves Nogales como personaje, ya que no lo podía hacer como torero, puesto que el gran escritor sevillano no era aficionado a los toros, es más, al parecer nunca fue a una sola corrida. Tenemos, por tanto, a Belmonte como protagonista del libro más influyente en la historia de la tauromaquia; un libro escrito por alguien que… no sabía de toros ni le gustaban los toros. Y por aclarar algo a los nuevos aficionados que se aproximen a la tauromaquia a través del “Belmonte” de Chaves Nogales; es un libro magnífico, sin duda alguna, una novela extraordinariamente sugestiva, pero en lo relativo al toreo, en lo que tiene que ver con la tauromaquia, se puede considerar un auténtico camelo. Eso sí, muy inspirador.

Según Ortiz, Gallito no tenía ni de lejos la percha literaria que tenía Belmonte. ¿Y esto hace a Belmonte necesariamente mejor torero? Lo que tenía Belmonte era amigos intelectuales, eso sí, pero lo de la percha literaria, más allá del libro de Chaves Nogales, no aparece por ninguna parte. Salvo escasísimas excepciones (Blasco Ibáñez, Henry de Montherlant, José Bergamín, Michel Leiris, Hemingway y muy poquito más), la literatura taurina no se puede considerar de gran calidad. La gran novela del toreo está todavía por escribirse y sólo Gallito podría ser su protagonista principal. No es que Joselito no tenga percha literaria, no es eso; es que todavía no ha habido ningún escritor capacitado para hacerse cargo de este personaje.
Confieso que yo empecé a sospechar de la historia oficial impuesta por el belmontismo militante (representa aquí magníficamente por Santi Ortiz) cuando en algunas entrevistas Rafael de Paula, que se crio como torero a los pechos de Belmonte, decía cosas como esta: «“… el más grande, porque tenía o poseía las mejores condiciones de todos, sobre todos los demás, Joselito el Gallo. Ése es el mejor torero que ha parido madre de todos los tiempos. Ése es mi conocimiento y a la conclusión que llego”. Y tiene argumentos, “en plural”, para sostenerlo. Cuenta una anécdota. En una tertulia, se acercó a Andrés Martínez de León. “Yo sabía lo gran pintor que era. Le dije, don Andrés, ¿me puede decir cómo eran Joselito y Belmonte? Mira, chaval, me dijo, a Belmonte lo entendías tú como todo el mundo. A Joselito no. Belmonte era humano y Joselito no, de otra especie». (ABC, 12/09/2010). ¿Necesita el lector aficionado a los toros más percha literaria que esta para convencerse?
Si tiene el lector paciencia, puede ver también este video en Youtube a partir del minuto 54:00 https://www.youtube.com/watch?v=ax8xKww--BA donde Rafael de Paula argumenta a su manera la mixtificación que, como torero, ha sufrido la figura de Juan Belmonte hasta convertirse en un tópico: (min. 57:30) “Eso de la quietud…, eso es totalmente incierto. Una mente normal tiene que entenderlo porque está tan claro como el agua. En esa primera época de Belmonte, ese toro, esa cara, esa altura, ese sentido…, era imposible, imposible. Belmonte se quedaba quieto cuando salía uno, de higos a brevas; era como encontrar una aguja en un pajar (…) Belmonte no se quedaba quieto, porque era imposible”.

En cualquier caso, lo más interesante de toda esta polémica es que sigue viva después de un siglo. Y me recuerda a una sabrosísima anécdota que contaba Gallito en una entrevista con El Caballero Audaz. Todos nosotros (gallistas y belmontistas) somos como estos arrieros gaditanos; en una ocasión, yendo Joselito a torear a Jerez, tuvieron que parar en una tienda de vinos:
“Al lado del sitio donde nosotros tomamos asiento había un grupo de arrieros. Dos de ellos estaban empeñados en una discusión sobre si Belmonte era mejor torero que yo, o yo mejor que Belmonte ¡Tonterías! Ninguno del grupo ni de la tienda me conoció, puesto que siguieron discutiendo acaloradamente. Yo escuchaba en silencio. Chico, aquellos hombres se iban a matar por nosotros… Al fin, el partidario de Belmonte, dirigiéndose a mí, me dijo:—No sabe este tío una patata de toros… ¿Usted ve qué tonterías dice? Que si Gallito es el mejor torero, que si pone las banderillas como Dios, que toma a los toros de muleta como la Virgen… Vamos a ver, señorito, ¿usted es aficionado? 
—Regular—contesté yo.
—Pero, ¿usted habrá visto torear a esos dos nenes?
—Alguna vez…
—Y, ¿used irá a las corridas de mañana y pasado?
—A eso voy a Jerez.
—Luego, sabe usted lo que se trae entre manos... Pues dé usted su opinión. ¿Qué torero le gusta más a usted, Gallito o Belmonte?Miré al gallista, que me observaba fijamente, y aunque con un poco de temor, exclamé:
—¡Hombre…, a mí me gusta más Belmonte, la verdad!El partidario mío saltó como un tigre, y dando un puñetazo en la mesa, gritó:
—Used lo que es, es un pollo de pan pringao, que no ha visto los toros más que en chuletas… ¡Así está la afición!
—Pero, ¿usted ha visto torear a Gallito?—le interrogue.
—No señor —me contestó— ni a Belmonte tampoco; me pasa lo mismo que a éste; pero, por lo que cuenta mi amo, ese Gallito hace lo que nadie.
Yo no pude contener la risa. Dos hombres que discutían y estaban a punto de pegarse por dos toreros que no habían visto torear.
—Miren ustedes —les dije dándoles un billete de cinco duros.
—Ahí va eso para que vayan los dos juntos a las corridas de Feria, y allí, sobre el tendido, se pongan ustedes de acuerdo sobre cuál es el mejor… Pasado mañana, a esta misma hora, pasaré yo por aquí, y ya veremos si me da usted la razón —le dije al gallista—. Belmonte le gustará a usted más.
Excuso decir la alegría de aquellos dos hombres…Despachamos aquellas dos corridas, en las cuales tanto Belmonte como yo quedamos bien, ¡bien! Cuando a los dos días llegué al ventorro, estaban los dos arrieros esperándome.
—¿Qué tal? —les pregunté sin apearme del auto.
—Vaya un guasón que está hecho usted, hijo de mi alma —gritó el gallista—; ahora soy todavía más gallista que el Papa: y lo malo es que no tengo ya con quien discutir, porque éste se ha venido a mi bando…"


En resumen: más de un siglo después seguimos en las mismas; sigue habiendo partidarios de Joselito y Belmonte que NO hemos visto torear a los dos colosos. Hablamos de oídas, es verdad, pero no por ello la polémica deja de tener interés y, lo que es mas importante, no por ello deja de ser una polémica completamente actual. El tópico dice que la tauromaquia moderna surge a partir de la simbiosis entre Gallito y Belmonte, algo que también cabría poner en entredicho. Joselito sí tenía capacidad para asimilar las aportaciones de Belmonte, como así hizo entre 1915 y 1920; por el contrario, Belmonte no tenía capacidad (ni física ni técnica) para asimilar la extensísima tauromaquia de José. De cualquier forma, esto es sólo una impresión muy particular expuesta aquí de cara a seguir ahondando un poco más en el debate.
Para terminar, me gustaría remitirme a unas palabras de Andrés de Miguel extraídas en su respuesta al primer artículo de Santi Ortiz. En “‘A mí no me engañan’: conmemoramos a Gallito sin negar a Belmonte”, Andrés de Miguel escribe: “Joselito es el torero que encarna la evolución del toreo, el torero lógico, el que hace faenas a todos los toros y encarna la perfección, la belleza, lo apolíneo. Juan es el torero que sorprende, innovador, el torero mágico, que encarna lo incomprensible, lo inefable, el exceso, lo dionisíaco”. Y a continuación cita a Nietzsche para concluir: “Mucho es lo que habremos ganado para la ciencia estética cuando hayamos llegado no sólo a la intelección lógica, sino a la seguridad inmediata de la intuición de que el desarrollo del arte está ligado a la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco”.
Pues eso, más Nietzsche y menos Corrochano. Aunque hay que advertir que Joselito fue más dionisíaco de lo que nos puede parecer en un primer momento, y Belmonte también tenía sus dosis apolíneas. Si queremos abrir los caminos para una visión más amplia de la tauromaquia como fenómeno estético de primer orden (y este trabajo está todavía por hacerse) deberemos los aficionados ampliar nuestras miras de cara a escribir una nueva estética de la tauromaquia. En este sentido, el constante ejercicio de “revisionismo” no sólo es deseable, sino absolutamente necesario. En materia de estética no hay una verdad única e indiscutible, y la revisión de verdades tenidas como inamovibles resulta fundamental para una hermenéutica de la tauromaquia que nos abra nuevas vías de investigación y goce estético. De lo mejor que le ha podido pasar a la tauromaquia en los últimos tiempos es que Morante haya decido revisar “El arte de birlibirloque” de José Bergamín. A Santi Ortiz, sin embargo, esta lectura que hace el de La puebla le parece “escurrir el bulto”; insisto, cada quien cultiva a su antojo sus filias y sus fobias, pero esto no da derecho a pontificar en torno a supuestas verdades absolutas. Les recomiendo que vuelvan a leer el libro de Bergamín con cuidado; después de hacerlo, si les parece bien, volvemos a discutir sobre el tópico de la “percha literaria” de uno y otro torero.

Dibujos de Ricardo Marín


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