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EN LA RETIRADA DE ENRIQUE PONCE

Tengo para mí que Enrique Ponce es el torero más completo que he visto en mis 40 años de aficionado. Sobrio y elegante en los ruedos, ese era el aire que daba a sus faenas. La sobriedad no excluye el buen gusto, que lo tenía, y la elegancia no es necesariamente lo mismo que la pureza. Ese ha sido el reproche principal a lo largo de su carrera, en la que el arrebato no ha tenido hueco en sus faenas y la enjundia no siempre es un componente fundamental.

Ponce ha mantenido un toreo plásticamente bello, sin contorsiones. Ha recorrido todo el escalafón de ganaderías, en todo tipo de plazas de toros. No ha sido acusado de vetos absurdos, ni falsas competencias comerciales y ha protagonizado una larga carrera sin estridencias, escándalos, broncas, ni malquistarse con sectores importantes de la afición.

Sin protagonizar una imagen social como Antoñete del resurgir de las corridas de toros en los 80, ni ser un ídolo integrista como César Rincón en los 90, ni un mesías hermético como José Tomás en su reaparición, Ponce ha recorrido los últimos 30 años como figura de primera línea, toreando una cantidad inusual de tardes cada año y la única competencia la mantuvo a finales de los 90 con José Miguel Arroyo  “Joselito”, un torero clásico quien planteó un enfrentamiento por el número uno sin recurrir al toreo fácil y a quien Ponce respondió tirando del valor, sin perder el clasicismo, la calidad, ni la serenidad.

Se retira Enrique Ponce de rara manera, sin recurrir a la socorrida gira de despedida, ni esperar a finalizar la temporada, por otra parte tan atípica.  Se retira cuando lo ha considerado y sus razones, que no conocemos, tendrá. Ahora entra en el Olimpo de los toreros retirados de los que sólo se recuerdan sus buenas faenas por encima del día a día, en el que se recoge el trato respetuoso de los aficionados fuera de los avatares de una lidia concreta, en el que se le reconoce como un grande en la pequeña historia de los toros.

La historia no pone a nadie en su sitio, en contra de lo que se suele decir, pero sus contemporáneos podremos reconocerle como lo que ha sido, el torero más completo que ha pisado los ruedos en estos últimos 30 años.

Recojo a continuación unos comentarios míos de diferentes crónicas que escribí desde el año 1990 hasta 1996 en DIARIO 16 y en Opinión y Toros desde 2005 y en las que aparecen menciones a Enrique Ponce. Lamentablemente no me tocó escribir el 27 de mayo de 1996, día de la faena a Lironcito, pero no era la primera gran faena que le habíamos visto a Ponce en Madrid.

Enrique Ponce con Rumbero-24 de Domingo Hernández,
2 de junio de 2017
Foto de Andrew Moore

24 de mayo de 1993
GUSTO Y REGUSTO
Toros de Joao Moura. Jose Mari Manzanares, Enrique Ponce y Fernando Lozano
Con Ponce nadie daba un duro porque toree un toro con alguna complicación, y los del hierro de Moura parecieron unánimemente flojos, mansotes e inadecuados para mantenerlos en el redondel.
Pero en eso apareció el sobrero del Puerto de San Lorenzo, con el espantoso nombre de «Bailador», como el toro que se llevó a Joselito, y según esa ley no escrita que dice que las grandes faenas de las figuras en Madrid se hacen con sobreros, Ponce lo bordó. Sin discusión.
¿Cómo se puede torear tan despacio? ¿Cómo se puede torear tan a gusto? ¿Cómo se puede templar tanto a un toro que empieza perdiendo las manos y acaba crecido, entregado a su muleta prodigiosa? ¿Quién ha inventado ese pase de pecho, y ese derechazo tan lento, yesos ayudados por bajo, tantos y tan buenos? ¿De qué laboratorio han salido esos cambios de mano? ¿Quién ha soñado un toreo de tanto gusto y regusto, a un toro que siempre fue a más embebido en esa muleta ligera, larga y garbosa, que se entregó al toro como adorno singular en el último pase de una serie de naturales largos, largos, y caros, caros?
Enrique Ponce.
 
25 de mayo de 1994
TOROS DE GARANTÍA
Toros de Atanasio Fernández. Palomo Linares, Enrique Ponce y J. Pérez “El madrileño”
Con el «atanasio» que le tocó, Ponce mostró su repertorio preciosista y no exento de dominio. Ponce torea despacio, remata los pases por debajo y los liga en series con finales variados y de fantasía. Pero sus faenas carecen de enjundia, se coloca al hilo del pitón, coge los engaños muy largos, de manera que el toro le pasa siempre lejos, pierde terreno porque no remata los pases. Guiado por la falta de oponente, construye su faena buena intentando más quedar bonito que torear bien. Mató igual que toreó, con facilidad y sin hacer la suerte, con estocadas desprendidas.
 
1 de junio de 1994
DECISIÓN Y ARREBATO
Toros de Sepúlveda. Jose Mari Manzanares, Paco Ojeda y Enrique Ponce.
Paró el viento, y salió «Tramposo», de Sepúlveda, tercero de la tarde, con fijeza en el caballo, y Ponce le toreó y la plaza se entregó.
El toro tardó en entrar en la muleta de Ponce. El torero, habitualmente templado, no acababa de encontrar la distancia. Los pases rematados arriba terminaban enganchados, hasta que cogió el pitón izquierdo del toro, el bueno.
Las dos últimas series, una por cada pitón, fueron más fieles al estilo de Ponce, más armoniosas, más rematadas, más abajo, más llevando al toro, más templado y más despacio, para acabar con unos naturales haciendo girar
al toro alrededor de su pierna arqueada.
La plaza, otros años reticente con Ponce, se entregó sin condiciones. Aplaudió desde el principio los cambios de mano y pases de pecho de la primera parte y se desbordó con las tres series finales. La faena, más de decisión que de arrebato, tuvo su colofón en una estocada hábil, de gran efecto, como realmente fue toda la faena.
Arrebatado y decidido estuvo en el último de la tarde, que no paró de defenderse ni de huir hacia su querencia en chiqueros. No se arrugó delante del manso que se defendía con fiereza y no se dejó meter la espada.
El público que se quedó con la miel en los labios, aclamó a Ponce.
 
24 de mayo de 1996
COMPETENCIA ENTRE IGUALES
Toros de Samuel Flores. José M. Arroyo “Joselito”, Enrique Ponce, Rivera Ordóñez
Ponce es otra cosa, más fácil, más claro, su toreo es más limpio, su repertorio más corto y sus pases más largos, aunque su misma facilidad le hace caer en un toreo más preciosista que fundamental. Al abusar del pase largo, el toro gira más lejos del torero, menos obligado y más frecuente con la derecha, que da más recorrido, que con la izquierda, que da más profundidad. Pero cuando Ponce se aprieta como en las dos tandas de naturales al toro 'Zaragozano', se entiende toda la capacidad de expresar emociones que el toreo atesora.
(…) Si a la emotividad de Ponce y la plástica de Joselito se hubiera añadido el riesgo del toro, en vez de hablar de una tarde importante habríamos vivido una fecha histórica. (la llamada tarde de los quites).
 
21 de mayo de 2008
HABLEMOS DE PONCE
Toros de Alcurrucén para Enrique Ponce, Sebastian Castella y Morenito de Aranda.
El interés de la corrida de ayer era, ¿quién lo duda?, Enrique Ponce. (…)
Así que aquí lo importante era Ponce, además en un año que se supone de semidespedida y Ponce no estuvo, ni bien ni mal, ni presente ni ausente, ni con interés, ni con desgana.
Enrique Ponce no ha querido asumir ningún tipo de compromiso con la afición de Madrid, se ha anunciado en un solo cartel, en esta feria duplicada y tramposa. Ha elegido los toros y han fallado estrepitosamente, y no es este un detalle menor en un torero que se supone que conoce y controla todas las dehesas de España. Si queremos valorar su maestría podemos fijarnos en los derechazos ligados del final de la faena al primero que no quería meter la cabeza por si le uncían a la carreta o en las series al cuarto entre las rayas del 9. Si valoramos la desgana está todo el resto, incluyendo la tunda sin misericordia que les recetó en el caballo como el que no quiere líos.
Decepcionó Ponce sin paliativos, nos dejó sin argumentos para defenderle y lo peor es que pareció un desastre planificado para pasar de puntillas sin dejar espacio a la bronca ni a exponer ni un alamar. Lástima.
 
2 de junio de 2017
¿Y SI TOREAR FUERA ESTO?
Toros de Domingo Hernández. Enrique Ponce, David Mora y Varea.
Enrique Ponce toreó en Las Ventas como en el patio de su casa, con las mismas ganas que podría torear para unos amigos en una fiesta familiar, con el mismo entusiasmo de una celebración singular.
Tiene su toreo un poso y singularidad, que se traduce en elegancia. Es verdad que con los años el medio pecho que daba a los toros, herencia del toreo de los años 80 y 90, se va poniendo de perfil como el toreo de este siglo XXI, pero no acaba de perder la compostura por ello.
A su primer manso le buscó las vueltas con rapidez para tras una faena marca de la casa, con esa rara mezcla de superficialidad y brillantez, remató con una serie de ayudados por bajo, con la pierna contraria muy adelantada, llevando al toro toreado y largo.
Lo bueno vino en la faena a Rumbero-24,  manso, falto de voluntad para embestir y de fuerzas para seguir la muleta, lo que le llevaba a puntear y levantar la cara. Aunque no daba especial sensación de peligro, tampoco pasaba en la muleta.
Tras un trasteo en el que se transparentaba la seguridad del matador, en el que no sobraba ningún pase, ni había descanso para el toro que no dejaba de puntear la muleta, Ponce humedeció levemente la pañosa, quizá para darle un poco de peso que le faltaba y volvió al toro, al que le obligó a embestir en una serie por la izquierda y otra por la derecha.
Nada más y nada menos. Obligar a embestir a un toro que no quiere y hacerle pasar en una serie por el pitón izquierdo y otra por el derecho y todo ello con decisión, sabiduría y elegancia. ¿Y si el toreo fuera eso?
Lástima de la estocada, pues como me dijo el maestro Luis Francisco Esplá, en un encuentro fortuito a la salida: “Una pena, pues cuando uno torea así, necesita, para él mismo, matar bien al toro”.
 
30 de mayo de 2018
ENRIQUE PONCE RENUNCIA A LA GLORIA
Toros de Domingo Hernández. Enrique Ponce, Sebastian Castella y Jesús Enrique Colombo
La gloria estaba detrás de la embestida destemplada y áspera de Francachelito-125 de Domingo Hernández, ganadería cuyos tres últimos toros resultaron interesantes para el aficionado.
Ponce tenía ayer la oportunidad, no de pasar a la historia en la que ya está con orla de honor por toda su trayectoria, sino de hacer una faena que quedara para la historia de los toros. La faena de un matador, figura desde su presentación de novillero, que ante un toro áspero y destemplado rinde su embestida y le hace pasar por los dos pitones. No se trataba de llevar suavemente una noble embestida. Se trataba de solucionar los problemas con  la lidia adecuada y Enrique Ponce tiene sobrados argumentos para hacerlo.
Ya en su primer toro había salido al centro de platillo para recoger al manso ahorrando tantos capotazos inútiles y carreras como son habituales cuando el toro se sale del guion.
Cuando se enfrentó con la muleta a Francachelito había cierta expectación entre muchos, como cuando ves que confluyen el toro adecuado para el torero capaz, pero no parecía que Ponce dominara la embestida del toro, llegando incluso a dar una tanda de castigo que parecía excesiva, pues el toro no tenía peligro sino aspereza en su embestida. Esa tanda consistió en unos elegantes y duros doblones y la remató con un magnífico pase por alto de pitón a pitón de gran belleza y clasicismo. En el paseíllo, como una premonición había sonado el pasodoble Gallito y el recuerdo de los videos donde se le ve castigando al toro de hace 100 años se hizo presente.
El final de la faena tras la serie de castigo fue una serie de derechazos arriesgando y mandando mucho al toro, lo mejor de la tarde, pero cuando parecía que había encontrado el camino del dominio del toro, renunció a seguir, a demostrar su dominio, a rematar elegantemente con el toro entregado. Gran faena, si. Muy grande, para un torero de 28 años de alternativa que nada tiene que demostrar, pero una renuncia a la gloria que estaba en mostrar el dominio con belleza tras un trasteo maestro a un toro de embestida destemplada y áspera.

 


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