Victorino Martín tiene una magnífica organización para visitar
su ganadería por grupos numerosos de aficionados, que le permite recibir y
atender a más de 150 visitantes en un día, en su bella finca Las Tiesas de
Santa María. Como el pasado 14 de noviembre, cuando acudí junto a un numeroso
grupo de aficionados de la Unión de Abonados de Madrid, quienes me invitaron a acompañarles
en su visita.
Aficionados junto al carricoche que recorre la finca
Un carricoche fabricado ex-profeso,
tirado por un tractor, es el vehículo con el que se alcanzan los diferentes corrales donde
están los novillos y toros de la temporada, que guiados por los vaqueros a
caballo, se ponen al alcance de la vista y las cámaras de los visitantes,
mientras Pilar Martín, la última generación de la familia, veterinaria como su padre Victorino, va relatando los aspectos básicos de las dificultades y
delicias de la ganadería brava, explicando los cruces para evitar la consanguinidad,
la bioseguridad para proteger a la ganadería de los saneamientos, la búsqueda de
la bravura en los hierros de Monteviejo y Urcola, los problemas del manejo y
hasta la parada de cabestros de la casa, de raza morucha salmantina, también de
pelo cárdeno como los albaserradas.
Toros en Las Tiesas de Santa María
La visita turística se inscribe en los trabajos de la
ganadería y continúa con una tienta, presidida por Victorino padre y dirigida
por el hijo, donde Juan Leal, el matador de Arles, miembro de una prolífica
familia taurina francesa, y Gómez del Pilar, madrileño que triunfó de novillero
e intenta hacerlo de matador, se las vieron con cuatro vacas.
La tienta, seria y rigurosa, fue seguida con silencio e interés por los numerosos visitantes en la funcional plaza de toros de la finca, quienes disfrutaron de unas vacas pegajosas, que no destacaron excesivamente en el caballo y no se cansaban de seguir la muleta, mientras los toreros intentaban acoplarse y dominar las embestidas que no cesaban, aunque ni una fuera regalada. El grito final de ¡puerta! llegaba con las vacas y los toreros fatigados, pues parece Victorino partidario de apurar las vacas y exprimir la bravura.
Juan Leal
Noé Gómez del Pilar
La comida, campera, precedida de una cata, tan de moda últimamente,
para difundir y vender sus vinos y seguida de una visita a la sala de trofeos
con el nombre de Museo Victorino Martín, que está en la finca de Monteviejo, completan
una visita pagada y bien organizada, de manera profesional, con los requisitos
de la industria turística, que ayuda a acercar la ganadería brava a numerosos
espectadores y aficionados y que sería estupendo que pudiera ampliarse a grupos
de colegios, si la cerrazón actual que intenta cercar al mundo de los toros, no
llenara de prejuicios a tanto botarate que impide que estas iniciativas se
difundan por la sociedad.
Belador, indultado en la corrida de la Prensa de Madrid de 1982,
con el perro de El Pimpi que intenta llevarlo a toriles
Belador disecado en el Museo Victorino Martín
Victorino Martín demuestra con su capacidad de organizar, de
manera profesional y rigurosa, una visita a su finca, que la ganadería
brava, lejos de ser un arcano para los profanos, tiene unas posibilidades
evidentes de difusión entre el gran público, que no anulan la posibilidad de
otros acercamientos más rigurosos y profundos a la selección y cría de los toros
bravos.
María Rosa junto a Jesús Ron y otros amigos
en el comedor de Las Tiesas de Santa María
Comentarios
Publicar un comentario