Emilio de Justo y Juan Ortega han sido las caras de dos distintas monedas, cuyas cruces han recaído en Antonio Ferrera y El Juli. La decisión de Emilio de Justo con Farolero ha sido épica, como vibrante fue el toreo de Juan Ortega, quien posee un innegable talento dramático que convierte en un acontecimiento todo su toreo, aunque sólo se mostró en pinceladas sueltas. El intento de espectáculo de Ferrera quedó lastrado por los descastados albaserradas de Adolfo Martín y El Juli discurrió en sus faenas con monotonía insufrible desplegando su talento ante los toros que se lo permiten sin la menor emoción como su primero y cuando no se lo permiten, simplemente se retira, como en el cuarto toro de la corrida de su ganadería de cabecera.
De Justo salió aclamado por el público gracias a su decisión y claro, a su capacidad, de asentar los pies ante las embestidas a oleadas de Farolero-90 de Domingo Hernández, un toro de bravura moderna, que ahora gusta denominar carbón, que es la mezcla de codicia con nobleza, excluyendo la fiereza y por tanto, en gran manera, la emoción.
Plantó los pies en la arena y aguantó, conduciendo la acometividad del toro. Faena de majeza, con la reciedumbre atemperada por la capacidad lidiadora del torero, donde el dominio excluye la verticalidad y las arremetidas del toro impiden el reposo. La plaza tuvo una respuesta exaltada, como viene siendo habitual en estas fechas para lo bueno y para lo malo, y coronó a De Justo como su favorito con los gritos de “torero, torero” quizá emocionados tras dos años de sequía de corridas, en los que De Justo ha afinado su toreo y consolidado su condición de figura emergente al gusto de muchos aficionados.
Tiene talento Ferrera para el espectáculo, que plantea como un director de teatro que tras organizar la escena, sube a las tablas para actuar de protagonista. La tarde adoleció de falta de variedad, a pesar del amplio registro que ha demostrado en numerosas ocasiones, probablemente debido a los toros de Adolfo Martín que aparecieron descastados y complicados, mirones, reservones, lentos en sus reacciones malévolas, faltos de fijeza y acometividad, un desastre podríamos decir. Sobre todo fueron aburridos, aburrieron al propio Ferrera que tiene talento para el espectáculo histriónico, y para el serio también. No se trata de que mantengan la atención del aficionado, que hubo algún momento que hasta la perdieron, sino de que embistan y eso no lo hicieron. El Pallarés que hizo sobrero, un santacoloma noble y cumplidor, parecía un Jaquetón después de los de Adolfo.
Si la referencia de esta temporada es Morante, comparar su decisión, sus ganas de disfrutar, de rescatar lidias, de buscar variedad, de agradar al público, con la actuación de El Juli, monótona, técnica sin sustancia ni de espectáculo ni de pureza, ayuna de elegancia y desprovista de sorpresa, resulta una tarea desoladora. Si El Juli presume de poder, que supere la dificultad de los diferentes encastes, si lo hace de capacidad que plantee lidias adecuadas, si es de conocimiento que varíe su dieta de ganadería única.
La esperanza que encarna Juan Ortega se muestra en su incapacidad de torear mal. Siempre bien compuesto, vertical, pausado, con soluciones imaginativas para la lidia y con gran capacidad expresiva, parece estar convocando al duende que sin duda impregna su toreo, aunque el duende sólo aparece, García Lorca dixit, cuando duele.
En resumen un magnífico y variado fin de semana de toros, tras dos años en los que sólo de manera esporádica hemos sido convocados en Las Ventas. Esperemos que el mundo de los toros pueda recuperarse tras la pandemia y que dicha recuperación tenga en cuenta a los aficionados, columna vertebral del espectáculo.
Fotos de Andrew Moore
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