Beatriz Badorrey, profesora de Historia del Derecho en la UNED, universidad de la que es vicerrectora, hace un repaso de la relación entre los intentos de prohibir la tauromaquia y la defensa y supervivencia de la misma, entre los siglos XVI y XX, en su libro Taurinismo/Antitaurinismo. Un debate histórico.
Es fundadora de la Tertulia de Jordán, a la que esta vez acudió como invitada, lo que es un orgullo para todos los que formamos parte de la misma, para comentarnos de manera distendida y coloquial los puntos más importantes de un debate histórico, que adquiere en nuestros días una virulencia que nos parece nunca vista, pero que quizá no es superior a la que hubo en otros momentos que llegaron a prohibir las corridas de toros.
Gran conocedora de dicho debate que estudió en su tesis doctoral publicada por el BOE con el título Otra historia de la Tauromaquia. Toros, derecho y sociedad (1235 – 1848), aporta en esta obra de divulgación un relato vivo de los sucesivos intentos de prohibición, en algunos casos exitosos, y los diferentes argumentos utilizados por los prohibicionistas.
Los argumentos religiosos dan paso a los ilustrados, que ven daño para la economía en el gasto de recursos, el daño personal de los participantes en las primitivas corridas de toros y la falta de dedicación al trabajo debido a la atracción festiva. Tampoco estos argumentos, que propician una discusión de gran nivel intelectual consiguen acabar con las corridas de toros aunque consigan su prohibición en breves períodos. El relevo prohibicionista lo tomarán las sociedades protectoras de animales, importadas de Gran Bretaña, la primera de ellas fundada en Cádiz, antecedentes de los movimientos animalistas actuales que toman su sustento intelectual de Peter Singer y cuyas embestidas mediáticas, y no sólo mediáticas, padecemos.
Recorre también las tendencias de las generaciones intelectuales del siglo XX, de las cuales la del 98 es antitaurina, mientras que la del 27 es profundamente taurófila, aunque en ninguno de los dos casos lo sean de manera homogénea, al igual que actualmente existe una fuerte división entre los intelectuales.
La historia muestra que la Tauromaquia ha tenido poderosos e influyentes detractores a lo largo de la historia, quienes curiosamente han coincidido en su erradicación o extirpación social como solución, como si les provocara un sentimiento tan irracional que les genera impulsos liberticidas, contradictorios en personajes, por otra parte, ilustres y defensores de la concordia y el avance social.
Las corridas de toros tienen unos valores universales que las hacen fácilmente comprensibles, como son la admiración hacia el héroe o la representación del enfrentamiento ante la naturaleza, quizá por eso nunca han fructificado las prohibiciones, pues ha sido la insistencia popular en la asistencia a las plazas de toros la que ha permitido dejarlas sin efecto.
La defensa de las corridas de toros es un
sentimiento lícito pues en ellas se representa un drama ancestral, épico y
ético, del cual cuida la reglamentación de las corridas para impedir el
maltrato y el abuso sobre el animal.
Quizá por ello afirma Beatriz Badorrey que la
Tauromaquia hay que contarla para que se conozca y explicarla para que se
entienda y sus libros y actividades taurinas así lo demuestran.
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