Cuando en 1880, después
de un periodo de atonía que preside (sic) a la inauguración de la nueva plaza,
se manifiesta la moda por el espectáculo, este se transforma radicalmente.
Paseillo en 1880.
Fotografía de Laurent
Una plaga de mozalbetes
cae sobre los verdaderos aficionados, y fuera de un centenar de ellos que
demuestra aptitudes para ver toros, los demás convierten el espectáculo formal
y grave que parecía patrimonio exclusivo de la plaza de Madrid en romería
dominguera, a la cual no se asiste sino a gritar, a escandalizar, a comer,
beber y arder.
Fachada de la Plaza de toros de Madrid
inaugurada en 1874, llamada de la carretera de Aragón
Fotografía de Laurent
Fotografía de Laurent
Esa necesidad de alegría
y de bullicio, lleva necesariamente a la mayoría al toreo de recortes y
cuarteos, a la animación, a la forma, al adorno, y no solamente va descartando
de la lidia todo elemento serio, sino que molestado por la verdad, cuyos
méritos no puede comprender, comienza a odiarla y a cobijarse en la mentira,
hasta abrazarse a ésta con entusiasmo indescriptible y convertirla en compendio
y suma del arte de torear.
Banderilleros de Lagartijo en 1882.
Mariano Antón, José Gómez "Gallito" y Juan Molina
Tomada de Los toros
Antonio Peña y Goñi. Lagartijo y Frascuelo y su tiempo. Espasa Calpe, Madrid 1994 pag 276
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