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JOSELITO AL NATURAL


Este artículo de Rafael Cabrera, forma parte de la colección de trabajos acerca de Gallito publicados en la Agenda Taurina 2020, que ha sido la primera publicación dedicada a la conmemoración del Centenario Joselito.

Al natural. Con la muleta en la zurda y la espada en la diestra. No pretendemos hacer una semblanza de José Gómez Ortega, sino analizar uno de los elementos indispensables de su toreo, de su técnica y de su arte: el pase natural de Joselito. Y lo hacemos por varias razones, entre las que destacan, sin duda, que se trata de la suerte fundamental, obligatoria, indispensable de la tauromaquia con la franela, en el último tercio, y porque Gallito chico, o como quieran ustedes titularle, fue también en ello un verdadero precursor de lo que habría de venir más tarde y consagrarse con otro diestro sevillano, Manuel Jiménez Chicuelo.
El natural, que ya viene definido así desde las más primitivas tauromaquias a pie, sufrió, lógicamente, toda una evolución desde el siglo XVIII hasta los días de José. Juan, el revolucionario del momento, le imprimió su propia esencia, su carácter, su obligado patetismo, la emoción que requería por quedarse, fundamentalmente, inmóvil ante la acometida de la res. De ahí también bebería el sabio joven de Gelves para perfeccionar su estilo. No por nada Joselito ha sido uno de los toreros más capaces e inteligentes de la historia taurómaca. No podía escapársele que el público, que rugía con las grandes faenas –aunque notablemente desiguales- de Belmonte, requería quietud, mayor estatismo y reposo en la faena de muleta, pasarse el toro más cerca del cuerpo sin  movimiento de pies.
Pero al contrario del Juan de esos años, que toreaba en ochos, ligando el natural al de pecho aliviador –aunque se pasase los toros muy cerca-, José supo encontrar la clave de la faena contemporánea, aunque quizá no fuese muy consciente de ello. La ligazón de naturales para el toreo en redondo. Ese toreo que obligaba más a las reses, pero que también requería otro tipo de antagonista, que va transformándose en la edad áurea de la tauromaquia. Ya no se solicitará un toro fiero, brutalmente poderoso, acometedor una y cien veces a los del castoreño, criado solamente para la suerte de varas, sino que va pidiéndose un animal que cumpla en todos los tercios y que tenga movilidad, de forma preferente, en el último. Así, los nuevos astros de la torería podrán pasárselos por las femorales, imprimiendo con ello, quizá la misma pero diferente emoción en el trasteo de muleta, pero sin duda mayor componente estético al muletear.
La emoción de la arrancada inesperada, del tornillazo brusco, de la incertidumbre en la embestida, del sentido adquirido durante la lidia, se va transformando hacia la que se genera en la quietud del diestro, el pasárselo más cerca que nunca. La nobleza en la embestida se buscará como antaño se buscaba el poder y la fiereza frente al caballo. Nunca tanto, como hasta ese momento, el protagonismo del espectáculo había recaído en el diestro, desplazando al animal a un segundo plano. No basta ya con someter al toro, poderlo para que cuadre y pueda ejecutarse con seguridad la suerte suprema; es preciso que ese dominio cuaje en un trasteo, en un jugueteo –lo más festivo posible- con el toro, que también lo someta a la férrea voluntad del matador, que éste permanezca impávido ante sus embestidas, conduciéndolas y manejándolas a su antojo. Muleteo, además, de mayor mérito y de más notable castigo que los precedentes, por cuanto el toro gira y se desplaza en la muleta cada vez más en redondo, eliminándose el toreo semi lineal –que aun practica Juan hasta bastantes años después de que José lo abandonara- y forzando la columna vertebral del astado en movimientos de flexión lateral que lo quebrantan de igual manera.
De ahí que las gentes vayan rebajando sus exigencias en la suerte de varas, que quieran que el toro llegue con facultades al último tercio, que se abronque a los picadores que castiguen en demasía a los toros. Ya no toman las reses el número de puyazos que antaño –lejana esa cifra que nos recuerda Aurelio Ramírez Bernal, P.P.T., de 65 varas, y 11 caballos para el arrastre, que tomó en  Ronda, el 20 de mayo de 1853, un toro de Clemente Lesaca-, y es raro el astado que supera las cinco –o seis a lo más- entradas a los varilargueros. El toro va seleccionándose de diferente manera, y aunque siga primando para la valoración de su bravura el primer tercio, los ganaderos comprenden que han de darle más importancia a sus embestidas en el último, y más capacidad para que éste llegue con fuerzas al tercio de muerte.
José, uno de los principales impulsores, desde su primacía en los ruedos, de la transformación taurómaca, también imprimirá su sello personal en el lance más relevante del trasteo muleteril. Y lo hace en dos ámbitos diferentes, en el estético, siguiendo la práctica intuitiva de Juan, y en el técnico. Y en éste, a su vez, con dos aportaciones muy personales: una técnica propia, singular, característica, y una innovación –quizá, repetimos, aun no muy consciente- fundamental, la ligazón de esos pases en series y en redondo.
La innovación estética, como hará Belmonte, se centrará en la quietud de plantas durante el lance, el cuerpo erguido y el brazo suelto. Todavía, y son muchos los ejemplos gráficos, no será absoluta, porque muchos toros requieren aun la lidia sobre los pies y el arqueo al pasar para zafarse de unas embestidas cortas, aviesas o nada claras. Pero a medida que el toro vaya ganando en nobleza, el toreo de Joselito reflejará (y ahí también es importante esa parte gráfica) esa nueva estética que habrá de imponerse definitivamente en la Edad de Plata.
En cuanto a la técnica de José en el natural tenemos, en primer lugar, que referirnos a un brillante artículo titulado “El pase natural de Joselito” que escribiría Luis Navarro en la revista taurina “Arte Taurino” (Año V, núm. 103) allá por julio de 1915. La fecha no es baladí, porque nos habla del diestro de Gelves y de su interpretación de una de las suertes centrales de la tauromaquia con muleta todavía en los inicios de su carrera como matador de toros (recuérdese que tomó la alternativa el 29 de septiembre de 1912, y que por lo tanto apenas llevaba dos años y medio de matador de toros).  Merece la pena que destaquemos y glosemos algunos de los aspectos del mismo, para entender cómo lo ejecutaba Gallito, y como de ahí surge una nueva concepción de la tauromaquia que sentará las bases de la actual, con mucho mayor fundamento–permítanme la discrepancia general- que lo que a su vez realizara el gran Belmonte.

Serviría, asimismo, para justificar en buena medida la labor del menor de los Gallos, entonces ya atacado por buena parte de la prensa escrita por sus manejos taurinos, su rápido encumbramiento y las excepcionales dotes que le hacían sobreponerse a cualquier otro lidiador del momento, Belmonte incluido –al menos en la mayor parte de las tardes en que alternaban-.
Comienza el autor por sentar algunas bases:
El pase natural es la suerte cumbre del toreo de muleta. El pase más airoso, el más bonito, el más artístico, el más gallardo, el más difícil. Por esto se ve tan pocas veces ejecutar”.
Téngase en cuenta que la faena de muleta, todavía en ese 1915 se encuentra en proceso de transformación, de concreción, sirviendo en la mayor parte de los casos para colocar la cabeza del bicho, desgastarle lo necesario y poder cuadrarle para la muerte. Es cierto que ya entonces se ejecutan lances –incluidos los naturales- y se desarrollaban faenas completas, pero faltas de una unidad, de un verdadero hilo conductor, sin ligar los muletazos en series de forma habitual. En más de una ocasión esas faenas se componían de decenas de lances –lo habitual eran faenas de un par de docenas de muletazos-, pero sin que guardaran más estructura que la necesaria, siempre en función de las cualidades del toro, y con poco –y a veces nulo o escaso- afán artístico. Sin duda era más importante el fin que el medio, conseguir someter a la res, bajarse los humos, ahormar la cabeza y cuadrarla, que ejecutar los lances de forma más o menos graciosa, artística, primando la técnica y el riesgo por encima del componente estético. De ahí la importancia que concede nuestro redactor a ese aspecto, resaltándolo con términos como  airoso, bonito, artístico o gallardo, pero reconociendo su innata dificultad, de lo que resultaba la escasez con que se veía ejecutar.

No es que nunca se hubiera ejecutado el natural conforme a los cánones que se imponen ya desde las tauromaquias más añejas, desde la de Pepe-Hillo o Montes, sino que era un lance ocasional, muchas veces sin quietud y sin gusto y sólo excepcionalmente ligado. Pasa por ser Cayetano Sanz el diestro que conseguiría, mediada la década de los cincuenta del siglo anterior –el XIX-, ligar, unir, sumar, varios naturales a un mismo toro… y ya se había olvidado casi por completo (Corrochano copia una revista de 1872 ilustrando, precisamente, este aspecto del diestro madrileño; yo lo he visto también casi dos décadas antes). También Lagartijo el grande lo había hecho, años después, como Guerrita, o el mismo Bombita, pero sin la continuidad con que José lo hará en su día, sin el afán que Gallito pone en darle ligazón a las incipientes series. Así lo vemos, como documento de arqueología taurina, en las imágenes de la corrida de los siete toros de Martínez del 3 de julio de 1914 en Madrid.  Lances que la prensa del momento, de forma casi unánime, destacará como sensacionales, fantásticos, únicos, en al menos el segundo, cuarto, quinto y sexto toros.
Navarro, al respecto del pase natural, nos recordará a otro de sus resurrectores, y comenta:
El pase natural, que arrinconado y olvidado yacía mustio, cabizbajo y triste fue resucitado por Vicente Pastor, el bravo torero madrileño, que con él armó una formidable revolución. Pastor citaba quieto, gallardo, (gallardo, sí, con su brava e inimitable gallardía), la muleta ávida con la siniestra mano a la altura de la cadera. Al arrancar el toro, el diestro tendía la flámula, la adelantaba, giraba suavemente la muñeca hacia atrás y quedaba en disposición de repetir el pase. Que es su mayor dificultad. Porque uno solo de estos pases no es muy difícil ejecutarle. Pero varios, en la diversidad de terrenos en que forzosamente han de hacerse, presenta dificultades casi insuperables”.

Véase como el vallisoletano autor del artículo, hace hincapié en la dificultad de ligarlos, buena prueba de que por entonces apenas se conseguía muy de tarde en tarde, elogiando al Sordao Romano por aquello, más que a otros grandes de la primera década del XX –Rafael el GalloMachaquitoBombitaBienvenidaCocherito, el propio Gaona o cualquier otro- en más de una ocasión. Y nos describe la suerte, de forma algo rudimentaria –por el momento- pero con más de un detalle que merece destacarse. Así, por ejemplo, el cite con la muleta a la altura de la cadera, para adelantar el trapo una vez el toro se arranca y llevarlo toreado desde delante, antes de despedirlo con un obligado giro de la muñeca. Algo que es perfectamente ortodoxo. No habla, aun, de colocación del diestro, ni de cargar la suerte tal y como hoy lo entendemos (no tanto como antaño se hiciera, acompañando con el cuerpo el giro que se imprimía al recorrido del astado), pero sí de la necesidad de rematar adecuadamente el lance para poder hilar los muletazos. El sentido y la trascendencia de la ligazón, aunque fuera vista sólo de forma excepcional, ya existía en la conciencia de los aficionados de la edad de oro.
Si nos fijamos en la definición de la suerte que nos ofrece Corrochano, recordando a Joselito, vemos como buena parte de su ortodoxia está presente en la descripción de Navarro.- Dice el cronista de ABC de esta suerte (“¿Qué es torear? Introducción a las tauromaquias de Joselito y Domingo Ortega”; Madrid, Revista de Occidente, 1966): “Lo escolástico es tomarle de frente [al toro], girar hasta ponerse de perfil en el centro de la suerte, seguir el giro acompañando al toro y rematar de frente, para seguir engarzando la faena, que es una sucesión ininterrumpida de pases”; y líneas más abajo comentará al hilo de la tauromaquia de Paquiro: “Son, pues, dos normas fundamentales, colocarse de frente y cargar la suerte…” (pp. 142-3); y más adelante seguirá escribiendo: “…uno de los defectos fundamentales de que adolece el toreo actual es la falta de ligazón o continuidad. Las faenas cortadas, interrumpidas, quitan emoción, restan eficacia y suelen acarrear no pocos disgustos cuando se está en presencia de un verdadero toro” (pp. 151-2).

Para nuestro articulista, Luis Navarro, después del Chico de la Blusa sólo dos diestros lo habían conseguido con cierta regularidad:
Luego de Vicente Pastor, quienes más frecuentemente  ejecutan ese pase –esos pases- son Joselito y Belmonte, que le hacen con tanta limpieza que han llegado presque a la suma perfección”.
Permítaseme subrayar, de nuevo, un par de realidades; primero, son José y Juan, sus máximos artífices en aquellos años, muy destacados por encima de cualquier otro; segundo, el escritor subraya que se trata de “pases”, en plural, destacando la importancia de ligarlos en series, en tandas regulares; y tercero, que ambos diestros sevillanos lo ejecutaban “con tanta limpieza que han llegado… a la perfección”, esto es, con técnica y temple, sin enganchones, ni suciedades, y, como veremos, con quietud máxima durante el mismo.
Y vuelve el autor a defender su idea original:
Dícese con gran frecuencia que Gallito usa en esta suerte de enorme ventaja, consistente en extender y aumentar el tamaño del engaño con el estoque, que en él se apoya. Y no. No es exacto.
Joselito inicia el pase natural teniendo la muleta en la correcta y precisa posición. Ejecuta así el primero, y el segundo tiempos de la suerte [el cite y el embarque, adelantando el trapo]. Y en el terreno, suavemente, da un ligero golpecito con la punta del estoque en la parte de la muleta que más cerca está del torero. Tiene esto por objeto que, al moverse la tela en su parte más próxima al diestro, el toro distraiga su atención para concentrarse en ese punto y se revuelva más prontamente para así poder más fácilmente repetir la suerte.
Pero esto no implica, cual quiérasenos hacer creer, un aumento en el tamaño del engaño. No hay tal. Además, de que  si así fuese –y es para que veáis la extremadamente débil salida de ese argumento- en cambio del tamaño aumentado del engaño, el espada no podría estirar el brazo izquierdo tanto como con la muleta sola, con lo que se hallaría la compensación”.

A José pues, los puristas le achacaban ayudarse con el estoque, pero lejos de ello, le servía para fijar la atención del toro, que no se le fuera demasiado hacia las afueras, y que al girar con un radio más corto, quedara el toro más o menos colocado para ligarle el siguiente muletazo. No le servía, como algunos querían hacer ver, para aumentar el pico y presentar una muleta de superficie más extensa, o largar hacia afuera al animal, sino para fijar la mirada de la res en la parte interna de aquella, la más cercana al lado izquierdo del torero. Recuérdese que entonces se estimaba que los naturales eran los dados con la zurda, aunque ya hubiera quien defendiera que era lo mismo con una u otra mano; Corrochano, por ejemplo, también lo apuntará: “La mano de torear al natural es la mano izquierda. Pero no todos los pases que se dan con la mano izquierda son pases naturales” (op.cit., pp. 159); no habremos de extendernos más en ello por ahora.
En cualquier caso, defiende el autor, que aun usando de aquél recurso podría ser compensado por la falta de amplitud en el desplegado del brazo zurdo, con lo que el bicho se le ceñiría mucho más al no poder despedirlo tanto. Quizá sea casualidad, pero en las películas de José que se conservan –y quedan más que de ningún otro de sus contemporáneos- he visto muy pocas veces el recurso de ampliar el trapo con la punta del estoque, lo que sólo debía utilizar en el momento adecuado, cuando el toro no tuviera muy buenas condiciones en la muleta; no es, pues, vicio habitual, ni recurso general, en las fotos que hemos encontrado de este año, sólo en menos de la mitad aparece haciendo aquello. Sin embargo, el artículo, como ahora en estas páginas, está presidido por un estupendo natural, de los de entonces, de Joselito a un toro de Contreras, en el que puede comprobarse el aserto de Navarro.
No obstante, y como señala Cossío, como le protestaron esa peculiaridad técnica, un buen día dejó de ponerla en práctica, y nunca más volvería a ayudarse con el estoque, lo que me recordó en su día mi amigo Morente.

Corrochano, en la experiencia sumada de al menos cuatro décadas de escribir y ver toros, dirá en su interesantísima obra (más dedicada a glosar el toreo de Belmonte, que los de Joselito u Ortega a los que anuncia en portada):
¿Cómo es el pase natural? El torero se coloca frente al toro, midiendo la distancia por la bravura, el poder y los pies –ligereza- del toro. Así se hace el cite, y si el toro está muy aplomado, si fuera preciso, le adelanta la pierna contraria, o sea la derecha… y entonces el torero, adelantando un poco la mano izquierda, como si hiciese el quite a la pierna derecha, embarca al toro en la muleta…, se lo trae, se lo pasa por delante, mientras va girando la cintura al compás del toro y del pase, acompañando al toro en el viaje”.
Y dirá un poco más adelante:
Una vez que el toro ha llegado al centro del pase, se carga la suerte sobre la pierna izquierda, y se va levantando el pie derecho, que al rematarse el pase avanza en un paso [el subrayado es nuestro] y se queda en posición, colocado para ligar el pase natural siguiente”.
Y el mismo don Gregorio, en el párrafo siguiente  de su tauromaquia de Joselito y Domingo Ortega apostillará:
Ligar, unir, empalmar, no cortar, no romper el toreo en pases sueltos, torear”.
Nos recuerda la época dorada del toreo en el párrafo siguiente:
A Gallito y Belmonte… nunca les vimos ligar más de cinco naturales seguidos [pero, señalamos, lo vio y más de una vez]. Por excepción, recordamos que una tarde dio Gallito siete pases naturales a un toro de Gamero Cívico, únicos de que se compuso la faena. Pero fue en un afán de superación, porque se le había reprochado que se iba olvidando de la mano izquierda. Cinco dio Belmonte en aquella corrida de la Beneficencia de Madrid, y de cuyos pases, magníficos, tanto se habló” (pp. 165-7).

José, analicemos la imagen o alguna de las que acompañamos estas líneas, ha citado al animal de frente, algo cruzado con el toro, llevando la mano algo alta pues aun no se ha impuesto el toreo por bajo ni en capote ni muleta, excepto en el toreo de castigo, magistralmente ejecutado por José (véase lo que menciona Corrochano al respecto, pp. 170 y ss.). Véase, en la foto, la posición de los pies y cómo el derecho ya se apoya apenas sobre la punta, buena prueba de que el muletazo se prolonga y gira en semicírculo sobre el cuerpo del espada. Éste está cargando la suerte, tanto en el concepto antiguo –acompaña con el cuerpo y los brazos el movimiento del muletazo para darle hondura- como en el moderno –fija la pierna izquierda, pues torea al natural, hace girar al toro sobre aquella a la par que vuelca el peso del cuerpo sobre la misma-. Extendiendo el brazo hacia atrás, está iniciando el remate ya del lance, despidiendo hacia su espalda al toro, quizá no tanto como pudiera hacerse desde los años cincuenta para acá, pero mucho más que cualquier diestro de su época.  Fíjense en cómo el toro no ha seguido una línea recta, sino  que se le ha forzado su recorrido –y espina dorsal- en un movimiento curvilíneo, lo que supone obligación, mando, poderío. Quizá, por poner un pero a estas imágenes, todas de 1915 y sacadas de la revista “Arte Taurino”, lo único que echemos en falta sea que la muleta vaya más planchada, pero es que entonces la franela no tenía aun la armazón y apresto que hoy posee –lo mismo sucede con fotos de Belmonte-, y, por otro lado, fue Juan el que acabaría por imponer su sentido del temple a José y todavía estamos en 1915.  Y por último, y para no prolongar más este artículo, reparen en la gallarda postura del diestro, firme la planta, fijos los pies en el suelo, natural el movimiento, erguido y sereno el cuerpo, esbelta la figura; torear, en definitiva, es naturalidad…

Otros artículos del Centenario Joselito publicados en la Agenda Taurina 2020
Joselito, el toreo Andrés Amorós

Pendiente de publicación
1919: Primer y único duelo en Pamplona entre Joselito y Belmonte de Koldo Larrea

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