Se
acabó la travesía del desierto. A decir de quienes lo vieron, incluso hubo un
atajo, y el viernes, los toros de Juan Pedro Domecq dieron alegrías, lo que
podría ser un oasis reparador camino de la Tierra prometida.
Hoy
esperábamos poder llegar a dicha Tierra prometida tras la larga travesía del
desierto que iniciamos el lejano 12 de mayo, al finalizar la corrida de Pedraza
de Yeltes.
Llegamos
a las puertas de lo que parecía la Tierra prometida de la casta, pero aún no
manaban los manantiales de leche y miel y ya de las huríes ni hablar.
Cierto
que todos los toros de Baltasar Ibán salieron encastados, que no es sino la
condición que diferencia el comportamiento bravo de la obediencia bovina, pero esperábamos
mayores dichas.
Bolívar toreando con el pico a Provechoso
El
tercero fue bravo, aunque su matador Luis Bolívar no fuera partidario de darle
distancia en el caballo, lo cierto es que se embistió con prontitud y celo, se
fue arriba en banderillas haciendo tomar el olivo a los peones y tuvo más de una
veintena de buenas embestidas en las que no se puso de acuerdo con su matador
quien a pesar de darle distancia, le costaba aguantar al toro y mucho más
ganarle el terreno.
Sartenero de gran trapío
Los
otros toros fueron diferentes versiones. Más flojos los dos primeros, se
acabaron muy pronto el noble cuarto y el impresionante quinto, y el sexto se
partió una mano, para dar paso a un feo Torrealta, de sucio comportamiento como el color jabonero de su capa, que parecía
barrosa, cuyas embestidas fueron el espejo donde se pudo apreciar
palmariamente, la diferencia entre las dificultades que ofrece la casta brava
de los Ibanes y el mal comportamiento de un toro cuya estirpe creíamos haber
abandonado en la larga travesía del desierto.
Fotos de Álvaro Marcos tomadas de Las Ventas
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