La plaza de toros La México llena de público es toda una experiencia. Aficionados y espectadores juntos en los verticales tendidos, con los pasillos recorridos por docenas de personas que ofrecen bebida, aperitivos que allí llaman botanas, patatas fritas esturreadas o no de salsa, recuerdos, todo en grandes canastas que viajan en sus manos, brazos o incluso cabeza, con la salvedad de que el maremágnum solo es entre toro y toro, esa buena costumbre que en Las Ventas ya se ha perdido hace tiempo (y tenemos que aguantar el paso incesante de camareros que distribuyen las bebidas como si estuvieran en un bar, sin respeto de la lidia)
El comportamiento es apasionado, ruidoso, exuberante, sin freno, se aplaude, se grita, se jalea sin descanso ni apenas tregua, mientras que desde las alturas suena aleatoriamente un grito multitudinario diciendo “Porra de sol” o “Porra de alcohol” sin que haya sido capaz de entender la motivación del momento en el que profieren dichos gritos, ni si tienen relación con la lidia.
Sin tener la perspicacia de un experimentado veterinario
taurino, diría que las dos corridas de origen Saltillo que ví, el trapío sería
similar al de una corrida de La Quinta en una plaza de 2ª y la del original
encaste mezcla de Saltillo y Juan Pedro, sería similar o estaría un poco por
debajo de una novillada de juanpedros en Madrid. Los toros acudieron una vez al
caballo, derribando en no pocas ocasiones a los pencos de finas patas y
menguado peso.
Roca Rey desató el entusiasmo del respetable que le concedió un rabo de su segundo toro, tras haber cortado dos orejas del anterior de su lote de Xajay al que le hizo una faena donde pisó terrenos más comprometidos, pero el toro del rabo era más noble y el público estaba más enardecido por el triunfo y quien sabe, quizá también por el trasiego de bebidas espirituosas que no paran de recorrer los tendidos.
La despedida de Enrique Ponce estuvo en un tris de pasar sin pena ni gloria, en el día de la Constitución Mexicana y cuando se celebra el aniversario de la inauguración de la plaza, que fueron festejados con una gigantesca bandera en el ruedo sostenida por unidades de la Policía, mientras que la banda de música de dicho cuerpo tocaba el himno nacional. Los dos toros de su lote de Los Encinos fueron remisos y sólo por la cariñosa y estentórea insistencia del público en que pidiera un toro de regalo, apareció un noble torito para consumar una triunfal despedida que fue rubricada con un fastuoso mariachi en medio de una lluvia de confeti y la luz de los móviles, confirmando la larga y exitosa relación de Ponce y La México.
La última corrida formal a la que asistí, brava e interesante, contó con el indulto de un toro del inusual cruce entre saltillos y juanpedros de Las Huertas. El vehemente público pidió con insistencia el perdón para unas embestidas anovilladas aunque insistentes y olvidó al torero que provocó las embestidas pero las dirigió sin excesiva enjundia. Como en tantas ocasiones el entusiasmo por el toro se acompañó de la censura al matador.
La presidenta del New York City Club Taurino, Lore Monnig, forma parte de un grupo de aficionados americanos que han comprado un lote de vacas y sementales de La Quinta y trasladados a tierras americanas con el nombre de El Sabino, realizaron una tienta de algunas de las vacas de su primera camada. Coincidió tal evento en Querétaro con un festival la noche anterior en la cercana Juriquilla, para celebrar el 50 aniversario de Ignacio Garibay, con su participación y la de los matadores Zotoluco y Talavante quienes protagonizaron el festival. Estos junto a Joselito Adame hicieron la tienta de El Sabino al día siguiente, que rematado por una comida y una visita a una colección privada de arte cerraron un fin de semana taurino e internacional.
También en la ciudad yucateca de Motul pudimos asistir a una tienta publica organizada por el matador, ya retirado, Michel Lagravere en la que se despedía de la ciudad Pablo Hermoso de Mendoza, en una corrida mixta en la que participaba también André Lagravere "El Galo" hijo de Michel y natural de Yucatán. Pero no sólo había tauromaquia reglada, también pudimos asistir a una fiesta popular guiados por Antonio Rivera, estudioso de la tauromaquia y la antropología y quien fue nuestro guía por la tauromaquia popular de Yucatán, igual que nuestros queridos amigos Maru Saavedra y Gastón Ramírez Cuevas lo fueron de la tauromaquia reglada de México.
La Fiesta No Manifiesta hunde sus raíces en los ritos mayas
prehispánicos con el sacrificio votivo de los venados, sustituidos por juegos
con el toro que van desde los más parecidos a las corridas con muerte del
animal hasta aquellos que se asemejan a juegos con el toro parecidos a los
recortes o a las anillas camarguesas realizados por toreros profesionales que
utilizan la muleta y el capote para girar alrededor del toro. Todo ello en el
marco de fiestas populares que incluyen el sacrificio de algún animal que será
destazado y puesto a la venta troceado para hacer una comida ritual llamada
chocolomo, que es un nutritivo guiso de la carne, las vísceras y huesos con
verduras, especias y el toque de la naranja agria. Estas fiestas se realizan en
tablados artesanales que tienen hasta dos y tres plantas realizadas por los
palqueros que se ocupan de levantar su palco y amarrarlo con los vecinos formando
una estructura homogénea levantada generalmente en la plaza principal del
pueblo. Antonio Rivera nos introdujo en las complejidades rituales y taurómacas
de esta fiesta que pudimos disfrutar en el pequeño pueblo de Postunich y que,
sin duda fue uno de los grandes momentos del viaje.

Un bonito y variado paseo por la amplia y compleja tauromaquia
mexicana, deslumbrados por sus costumbres, sus reacciones, sus secretos, sus
anhelos, tan parecidos y tan distintos de los de este lado del charco, igual que el
idioma que nos une y que nos permite disfrutar con la cercanía y hermandad, que
nos da compartir muchos años de historia social y taurina.
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