En el vigésimo
aniversario de la lidia y muerte de Bastonito por César Rincón a sangre y fuego
el 7 de junio de 1994, la ganadería de Baltasar Ibán trajo una encastada corrida
a Madrid.
El más cuajado y de
mayor trapío, Tomillero, castaño, cinqueño y de 507 Kg, con frondosos pitones
de gruesa mazorca, le correspondió al matador colombiano Luis Bolívar. Tras
sufrir castigo en sólo dos entradas al caballo desde el que Luis Miguel Leiro
le apretó en dos puyazos muy traseros, sin darle oportunidad de enseñar
cabalmente su bravura, Bolívar se hizo cargo del toro en una faena exenta de dramatismo,
en la que nunca le volvió la cara, ni apagó la expresión de la bravura del
animal, pero no consiguió redondear una faena acorde con la calidad y seriedad de
su embestida.
Cuando sale un animal bravo y encastado, hay una tendencia a considerar que las faenas están por debajo de las posibilidades del animal y por encima de las capacidades del torero y posiblemente sea así, pero estar a la altura de una embestida, brava, encastada y fuerte está sólo al alcance de los elegidos por la gloria, sin que por ello debamos despreciar el esfuerzo de los matadores que no optan por tapar la casta a base de tundirle en el caballo y recortarle la embestida con la muleta.
Bolívar hizo el esfuerzo
de torear un animal bravo sin recurrir a tapar sus virtudes y eso debemos
celebrarlo, como debemos celebrar el conjunto de la corrida, que sin ser de alto
voltaje, trajo la frescura de la casta y de los toreros que no le vuelven la
cara.
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